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La sociedad Postfáctica y la verdad que pasó de moda

Por Walter Barboza 
Ludwig Wittgenstein

¿Habrá pasado de moda la verdad, interrogante que fuera la preocupación de gran parte de la filosofía desde el mundo antiguo presocrático, pasando por todas las corrientes de pensamiento medievales a la filosofía moderna y contemporánea, por establecer que era aquello que se nos constituía como verdadero a los ojos, o acaso en las profundidades de lo molecular o lo atómico?

Si la respuesta al interrogante inicial es taxativamente «sí», ¿acaso tiene algún sentido para las ciencias en general, continuar indagando sobre el mundo circundante? Y si ello es así, indefectiblemente, ¿a partir de qué centralidad podemos entender el mundo que habitamos, hoy mayo de 2016?

Cuenta el periodista argentino, Horacio Verbitsky, que en su edición del viernes 20 de mayo de 2016 el diario Washington Post, publicó una columna sobre lo que llamó en «mundo post fáctico»; una caracterización de la sociedad en la que «el público ni siquiera se preocupa por saber si los hechos que se le presentan son verdaderos» (Verbitsky, Horacio 2016). En ese mundo, habría «una tendencia general a creer en los supuestos hechos que confirman las opiniones preexistentes y desechar aquellos que las contradicen».

Pero la columna del periodista ofrece más ejemplos, cuando detalla que otra publicación estadounidense, la revista New Yorker, señala por medio de su periodista Jill Lepore, «que la enorme cantidad de datos disponibles vuelve a las personas cínicas respeto de la verdad misma. Con tantas fuentes de información disponibles, es mejor suponer que son todas erróneas. Si la verdad está pasada de moda, si vivimos realmente en un mundo post fáctico, no hay ningún motivo para que los mentirosos se avergüencen» (Verbitsky 2016).

A fines de la década del ochenta y principios de los años 90, una corriente de pensamiento que involucró una perspectiva filosófica, estética, política e ideológica, ganó espacio en medios, revistas y, fundamentalmente, en el discurso político: “el posmodernismo”. Jean Francois Lyotard, uno de sus exponentes más claros, explicaba en su libro la «Condición posmoderna», que la ciencia se encontraba en una etapa de descrédito a propósito de la supuesta neutralidad, desinterés y asepsia con la que desarrollaba sus investigaciones, en el curso de su historia, para dar una descripción objetiva de lo que acontecía. Lyotard ponía el acento en el desarrollo de las nuevas tecnologías y en los modos en los que ella afectaba el discurso de la ciencia, generando condiciones para la manipulación del saber por parte de los usuarios, diluyendo así los núcleos de referencia del saber -sus portadores-, que si bien siguen siendo los sujetos, ahora ese saber-poder se descentraliza en términos administrativos (Oñate María-Brais Arribas, 2015).   

Este fenómeno hubiera puesto en crisis al mismísimo Ludwig Wittgenstein, y al Círculo de Viena, quien pasó en el  Tractatus logico-philosophicus de posiciones extremadamente lógicas, al subrayar en el marco de una teoría referencialista del lenguaje que «el significado de una palabra es el objeto que refiere» (Wittgensteina, L. 1923), a consideraciones mucho más flexibles respecto del uso del mismo, al sostener en «Investigaciones filosóficas» que «nombrar algo es semejante a fijar un rótulo en una cosa», pero que las palabras se inscriben en un juego de lenguaje en el que las funciones del mismo están condicionadas por un contexto y las personas. Es decir «el significado de una palabra es su uso en un lenguaje» (Wittgenstein, Ludwing 1953).

En efecto, si a comienzos del siglo XX la rigidez del lenguaje, las palabras, las oraciones o los enunciados, eran los rasgos característicos para que el saber fuera aceptado por la sociedad como válido y en condiciones de ser sometido a verificación, para establecer de este modo la verdad o falsedad de un enunciad y así representar la realidad, la sociedad de la información se funda a partir de la negación y el rechazo de cualquier tipo de enunciado que refute a aquellas verdades constituidas, a partir de ahora, sólo por el prejuicio.

Por ejemplo: hay en circulación en las redes sociales un enunciado del tipo «La presidente Cristina Fernández de Kirchner, no tiene título de abogada. Su título nunca lo obtuvo porque no rindió todas las materias en la Facultad de Derecho de la UNLP». Este enunciado, que tan solo comenzó como un rumor del cual se desconoce su origen, con el correr de los meses pasó de un rumor, cuando no de un chiste de mal gusto, a un mito y de ahí a una verdad irrefutable.   

El caso pasó por las manos de tres jueces federales, dos camaristas y nueve fiscales, y fue motivo de la investigación periodística de Omar Lavieri, Walter Curia, Laura Di Marco y del sitio Chequeado.com.  Todos coincidieron en que «CFK se recibió en 1979. Lo hizo el 1º de octubre de ese año rindiendo Derecho Internacional Privado. Recibió el título el 10 de diciembre de 1979, según consta en el acta 710, folio 237, libro 74 de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Y en un acto administrativo en el que en la misma página, se encuentra el acta 709 de Elsa Noemí González, quien se recibió de farmacéutica, y el acta 711 de César Gabriel Di Pascual, quien también consiguió el título de abogado», (Diario Página 12, 2016).

Ahora bien, la validez del enunciado que refiere al título de abogada de la presidenta mandato cumplido es clara, pero también es clara la falsedad del mismo, ya que hay una importante cantidad de documentación que acredita el cumplimiento de su formación académica en la UNLP. Y sin embargo ello no es suficiente para que en las redes sociales el mito se acreciente, el descrédito se afirme y la mentira se alimente.


Ya no alcanza con la publicación de su analítico, la certificación de su título, el testimonio de profesores, la validez de sellos y firmas, la palabra de las autoridades competentes o la decisión de la justicia de desestimar la última denuncia presentada por el abogado Ernesto Reggi. Si la verdad ha pasado de moda, cualquier intento por verificarla para terminar con las calumnias y las injurias, será en vano. En pleno siglo XXI, la disputa por la verdad se asoma como una batalla, momentáneamente, perdida. 

Notas:

-María Oñate, Brais Arribas: “Postmodernidad, J.F. Lyotard y Gianni Váttimo”, pag. 44, Editorial Bonalletra Alcompas S.L,  Buenos Aires, 2015.
-Wittgenstein, Ludwig: “Investigaciones Filosóficas".
-Diario Página 12, edición digital del  http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-300010-2016-05-23.html  

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