Santiago del
Estero: aridez y monte reseco. Éxodo de pobladores. Territorio inhóspito. Es,
para los más incrédulos, la más antigua de las ciudades de origen europeo en el
territorio argentino; una de su grandes paradojas, si es que el desarrollo se
mide en términos del etnocentrismo cultural, pues fue fundada en el año 1552
por los españoles con el objetivo de fortificar el camino a Chile y extender
una ruta hacia el Río de La Plata, pero a pesar de ello es una de las
provincias más atrasadas en términos políticos y económicos. Y esta afirmación
no es una crítica despiadada, sino una mirada sobre los testimonios de cientos
de familias de esa provincia que desde mediados del siglo XX se afincaron en
Berisso o en el resto de la provincia de Buenos Aires, porque, aunque alguno le
cueste entenderlo, Santiago del Estero tiene más pobladores afuera del
territorio que dentro de él.
El censo 2010
señaló que habitan la provincia 896.461 personas, mientras que las estimaciones
indican que más de 1 millón de santiagueños viven fuera de la misma. El éxodo
no fue gratuito, ni azaroso, se explica a través de la caracterización que se
pude hacer sobre las familias migrantes desde el punto de vista político y
económico. Miles de ellas ocuparon tierras ancestralmente. Se afincaron en
zonas de difícil productividad, por las características del suelo, en las que
solamente podían construir un cerco para criar unos pocos animales de corral.
La desfavorabilidad en su clima, obligó a estas familias a buscar el sustento
en otras provincias. Así, cargando con sus hijos, y unas pocas maletas, recorrieron otras provincias para trabajar en la cosecha. En Chaco el algodón,
en Santa Fe el maíz, en Tucumán la caña de azúcar. Familias que son albergadas
en galpones en las que las condiciones de vida son precarias. Hacinados, con
sus hijos a cuesta, con escasa alimentación, en condiciones de higiene
deplorable. A los santiagueños los expulsó la historia y los caudillos que
monopolizaron el poder político y económico de la provincia.
Por ello el asesinato
de Cristian Ferreyra, militante del MOCASE (Movimiento de campesinos de
Santiago del Estero), no es casual. Se trata de un espacio político que nació,
creció y se desarrolló al calor de la crisis de los años ´90. Una respuesta de
los santiagueños de las zonas rurales que creen posible el desarrollo de una
provincia más justa y solidaria. Una provincia en la que sea posible romper con
las tradiciones políticas enquistadas por lo menos desde 1948, cuando Carlos
Juárez comenzó a erigir el poder que monopolizó, con contadas interrupciones,
hasta el año 2004; año en que su esposa fue destituida y la provincia
intervenida por el Poder Ejecutivo Nacional en el medio de fuertes denuncias de
corrupción.
Desde la recuperación
económica de 2003 a
esta parte, la extensión de la frontera agrícola creció notablemente. En ese
contexto, aquellas familias que decidieron recuperar las tradiciones
comunitarias para el desarrollo de una economía de subsistencia basada en el
respeto a la tierra, la producción colectiva, la cría de animales de corral,
hoy resisten el avance del núcleo sojero.
En 1996, en la provincia había
sólo 95 mil hectáreas con soja. En 2008 había saltado a 629 mil hectáreas y dos
años después, en 2010, al record de 1,1 millón de hectáreas. Es decir que en
sólo años hubo un incremento de un 75 por ciento.
En ese marco, el Código Civil
establece el “derecho veinteañal” de la tierra. El mismo reconoce a quienes
ocuparon y trabajaron un terreno durante dos décadas. A ello hay que sumarle
las leyes específicas destinadas a atender las demandas de los pueblos
originarios (Convenio 169 de la OIT, Ley 26.160 de suspensión de desalojos,
artículo 75 de la Constitución Nacional), que garantiza el reconocimiento a
ocupar esas tierras. “Nada de ello en Santiago se cumple”,
denuncia el MOCASE.
Mientras contabilizan
cuatro muertes del mismo tenor, sus dirigentes esperan el esclarecimiento de
este crimen. Hay un empresario sojero, Daniel Ciccioli que está bajo la lupa.
Los guardias de seguridad privada que llegaron a la casa de Ferreyra, Javier y
Antón Juárez, trabajan para él. Uno de
ellos fue el que disparó sobre Ferreyra sin mediar palabra.
La expulsión de
los pobladores de las zonas rurales, a fuerza de tiros y garrotazos, recuerda
los tiempos de su prehistoria. La impunidad de un poder que se resiste a
entender que el país avanza, indefectiblemente, hacia la “democracia económica”
y la “soberanía intelectual”; para dejar el medio evo de la experiencia
fundacional de la que fuera la ciudad más antigua creada por los europeos en el
centro norte del país.
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