Algunas de las limitaciones del
estructuralismo, como se lo concebía a comienzos de siglo cuando fuera
inaugurado como corriente de pensamiento por Saussure en el marco del método de
análisis lingüístico y de su extensión a otros campos del saber, como por
ejemplo el gestaltismo en psicología, el estructuralismo genético en
psicología, la sociología de corte funcionalista y la antropología, están
vinculadas con su posición anti-atomista y relacional, en cuanto a la
interdependencia de los elementos que constituyen cualquier forma de conjunto:
es decir la interdependencia entre el todo y sus partes.
Lévi-Strauss, en ese marco, hizo
aportes novedosos y más refinados que significaron una instancia de
problematización más profunda de los problemas abordados por las distintas
disciplinas que desarrollaban sus investigaciones bajo las determinaciones del
modelo estructural. Así, el Estructuralismo de Lévi Strauss, también conocido
como postestructuralismo quizás por un uso que los académicos norteamericanos
hicieron de él, por el refinamiento de
los aportes hechos a esta corriente y sus diferencias respecto de los modelos
que lo antecedieron, se diferenciaba de aquellos modelos que limitaban su
análisis a la observación de las regularidades de los hechos empíricos.
Así, Lévi-Strauss, utilizará la
noción de “estructura” para referirse a los modelos construidos a partir de la
realidad empírica y no a la realidad en sí misma. Esto es a aquello que subyace
detrás de lo perceptible: para poner un ejemplo el modelo de constitución
familiar como el “patriarcado”, tan cuestionados por estos días. La tarea de
Lévi-Strauss sería la de indagar sobre el modelo que conforma este patriarcado
y la relación entre estos elementos, buscando la trama de relaciones y
asociaciones entre los elementos, es decir entre forma y contenido y su
variaciones sistemáticas en las que el juego de las diferencias son parte de la
pluralidad del sistema.
Lévi-Strauss, rompe de este modo
con una tradición presente hasta el momento en las ciencias humanas en general:
el “etnocentrismo”. Ese juego de diferencias, observable hacia adentro del propio
modelo y entre modelos distintos, le permitirá establecer que en la humanidad
en general se pone de manifiesto un juego de diferencias y de propiedades
comunes en el marco de un objeto-sistema. Lo que implica una importante
diferenciación con la tradición del estructuralismo, entendido como una
definición que se limita al estudio de las partes y sus relaciones en el seno
del conjunto. El postestructuralismo, entonces, planteará la idea de que
acceder a la realidad no implica quedarse con lo visible, sino con aquello que
permanece oculto.
Pero una de sus innovaciones
fundamentales que marcó fuertemente a la corriente postestructuralista, y la
que le valió una fuerte polémica con el programa filosófico de Sartre, fue su
idea de las discontinuidades de la historia. Lévi-Strauss privilegia la
sincronía a la diacronía y critica los fundamentos de la perspectiva
teleológica, a la que entiende no como un desarrollo continuo sino como un
proceso en el que se producen rupturas y discontinuidades. Para Strauss la historia
no es más que un método de ordenamiento del pasado y sus estructuras, en la que
no se puede buscar la inteligibilidad si no se invierten los términos y se
parte de la historia para llegar a esa inteligibilidad. Si en la historia
emergen esas discontinuidades, ya no se puede hablar de una historia capaz de
describirnos el mundo desde una perspectiva totalizadora.
En ese contexto, para Strauss la
lingüística tiene un aspecto clave en la filosofía y en la ciencia social en su
conjunto, el aspecto relacional en las totalidades, el carácter arbitrario del
signo, la primacía del significante por sobre el significado, el
descentramiento del sujeto, la noción de diferencia, una atención sobre la
escritura y los materiales textuales, y la temporalidad como componente
constitutivos de los objetos y sucesos.
Derrida fija una posición más
radical en su rechazo de la «metafísica de la presencia», derivando
directamente de su tratamiento de la idea de diferencia como elemento
constitutivo, no solo de los modos de significación, sino de la existencia en
general. En ese sentido no tratará de buscar propiedades mentales universales,
ni intentará construir una filosofía sistemática.
Jacques Derrida |
El argumento de que los elementos
constitutivos del lenguaje solo tienen identidad en el juego de las
diferencias, y dentro del conjunto del sistema,
explica porque el postestructuralismo aparta al lenguaje de los nexos
referenciales que pueda tener con el mundo objetivo. El lenguaje es un producto
“anónimo” (subjetivo) por lo tanto carece de sujeto (aquí se plantea el
problema de la metafísica de la presencia), un sistema de signos conformado por
diferencias y con una vinculación arbitraria con los objetos. Es por ello que
referirse a los objetos del mundo, es también referirse a las características
del productor del lenguaje, el hablante competente. Y si ello funciona de esta
manera, el significado de la palabra «casa» no es el objeto casa; tampoco los
términos que se refieren a la subjetividad humana, fundamentalmente el «yo» del
sujeto pensante, pueden ser estados de conciencia del mismo sujeto. Para
Derrida en ese juego de las diferencias, en el seno de la estructura
lingüística, el “yo” solo se constituye como ese signo en el marco de sus
diferencias respecto a los pronombres «tú», «nosotros», «ellos», entre otros.
Como el «yo» solo tiene sentido como parte de un elemento ubicado en una
totalidad «anónima», no hay razón para dotarlo de algún privilegio filosófico
que lo distinga de otra entidad. No hay un “yo pienso”, hay un inconsciente que
funciona en la mente del hombre y que actúa en él. Así desaparece el sujeto de
la historia, que tanto reivindicara el humanismo hasta el existencialismo de
Sartre. Su descentramiento, a partir del postestructuralismo levistraussiano o
bien antes en Nietzche, Freud o Heidegger, dará lugar a una profundización de
las tendencias orientadas a cancelar las continuidades en la historia -para
Foucault la ruptura será pasar de una episteme a otra, generando las
condiciones de lo que es posible pensar en una época dada y anticipando la
muerte del hombre-, marcar el fin del humanismo y poner fin a la presencia
plena del hombre en el fundamento de las cosas.
Ahora bien, ¿en qué medida es
posible plantear un argumento en defensa del estructuralismo, si el posestructuralismo
supone acaso una instancia de superación de los primeros modelos de análisis
estructural? Es posible en la medida en qué el gran aporte del estructuralismo
al análisis de la realidad, es el reconocimiento de la realidad material como una
serie de elementos interdependientes que forman parte de un conjunto, en el que
el todo es relevante en la medida en que existen partes que suman a esa
totalidad. Eso es lo que le permitió al propio estructuralismo, dar cuenta de
un importante número de disciplinas en el campo de las ciencias humanas. Así el
estructuralismo, dentro de las propias limitaciones que eran condicionadas por
su imposibilidad teórica de observar en las profundidades de la realidad, para
comprender el modelo que servía de base para el funcionamiento de cualquier
aspecto de la realidad, hizo importantes contribuciones en los campos de la
lingüística, en la psicología genética, en la sociología de corte
funcionalista, en la Gestalt, en la antropología y en la propia filosofía posterior
a las corrientes humanistas. En síntesis los primeros modelos e investigaciones
estructuralistas, sirvieron de base fundante para el desarrollo de
investigaciones ulteriores mucho más complejas y profundas, que hicieron nuevos
aportes en aquellas disciplinas que fueron irradiadas por las primeras
investigaciones de esta corriente.
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