Por Walter Barboza
Tiqqun (תיקון עולם)[1],
es una palabra, escrita aquí en su versión francesa, de origen hebreo. Tikún Olam, cuya traducción resume los
conceptos de reparación,
restitución y redención; es decir reparación
del mundo[2]
o bien aquello que traducido a nuestra concepción política de la sociedad sería
la idea de justicia social.
Esta creencia, encuadrada dentro de lo que se conoce
en la tradición judía como Mitzvot (preceptos o mandamientos), remite a los
orígenes de la Torá, o de las leyes de la Halajá, en la que el mundo inconcluso
que Dios creó exhorta a los hombres a sumarse a la tarea de concluirlo o bien
repararlo. El mundo es imperfecto y esas imperfecciones necesitan ser
corregidas o reparadas. Para ello las escrituras sagradas en el judaísmo,
exhortan a los hombres a asumir ese compromiso en cada una de las tareas que
encara. Pero ¿estamos dispuestos a reparar el mundo?
Quizás está pregunta engloba y encierra a la serie de
preguntas que el profesor Juan Maya, se hiciera a través de un artículo
titulado “Aproximaciones a algunas preguntas esenciales de la vida misma y respuestas incompletas”, y que se
encuentra disponible en esta revista digital. Las mismas, vale la pena
recordarlas, son las siguientes: ¿Qué nos
sucede cuando morimos? ¿Qué es la justicia? ¿Podemos controlar nuestros deseos?
¿Cómo hago que mi vida sea mejor? ¿Cómo hacer una sociedad más justa? ¿Es buena
la riqueza?[3]
A excepción de la primera pregunta, de un carácter profundamente
metafísico, el resto de los interrogantes parecen ir en el sentido en el que la
palabra Tikún Olam es utilizada para
el desenvolvimiento de nuestra vida. Reparar
el mundo implica un compromiso; un compromiso moral, político, ético,
filosófico y teológico. Amplío el espectro de posibilidades, pues parece
necesario admitir que Tikún Olam es
posible independientemente de la fe religiosa. Si concedemos la posibilidad de
que existen comunidades que no necesariamente asumen un compromiso con la idea
de Dios, es posible que las mismas puedan conformar un cuerpo de reglas y
prescripciones para trabajar en pos del bien común.
En el derrotero paralelo que tuvo el mundo antiguo,
judíos, cristianos y paganos desarrollaron cada uno sus propias doctrinas para
intentar dar respuesta a estos interrogantes. El mundo helénico entendió que el Antiguo
Testamento era una verdadera doctrina filosófica. Y los cristianos, en el
proceso evangelizador acontecido durante los primeros tres siglos de nuestra
era, entendieron la necesidad de dominar la lengua griega para encarar tan
titánica tarea. El griego era el idioma hablado en todas las ciudades
mediterráneas. De hecho el Antiguo Testamento fue traducido al griego (Septuaginta) y en esas condiciones
lingüísticas fue utilizado por los judíos helenizados para difundir la doctrina
cristiana entre gentiles, judíos en la diáspora y paganos[4].
Ahora bien, no fue un proceso de yuxtaposición de una
lengua sobre la otra, sino más bien de sincretismo lingüístico y cultural. Con
la utilización del griego, irrumpe en el mundo cristiano toda una serie de
definiciones, palabras nuevas, conceptos, categorías intelectuales, metáforas y
formas de discurso como la epístola y la diatriba, que irán estructurando el
pensamiento[5].
No se aprende un nuevo idioma, sino toda una concepción del mundo, una
dimensión espacio temporal, un forma de vida, el logos. Quizás la palabra que mejor defina este fenómeno sea la
noción de Paideia, una palabra
utilizada para dar cuenta de las distintas instancias educativos y formativas
en el mundo antiguo[6].
En ese proceso hubo un fuerte intercambio de
experiencias entre las que el ascetismo, practicado por determinadas corrientes
filosóficas del mundo griego, se emparentaba con la idea del ayuno y otros
sacrificios del mundo religioso que implicaban un claro renunciamiento a los
privilegios de clase y a la búsqueda del progreso material. En tal sentido
Pierre Hadot señala que:
“A decir verdad, a primera
vista podríamos preguntarnos si las concepciones de la sabiduría eran tan
diferentes de una escuela a otra. En efecto, todas las escuelas helenísticas
parecen definirla poco más o menos en los mismos términos, Y ante todo como un estado
de perfecta tranquilidad del alma. En esta perspectiva, la filosofía parece ser
una terapéutica de las preocupaciones, de las angustias y de la desgracia
humana, desgracia provocada por las convenciones y las obligaciones sociales,
según los cínicos; por la búsqueda de falsos placeres, de acuerdo con los
epicúreos; por la persecución del placer y del interés egoísta, según los
estoicos, y por las falsas opiniones, de acuerdo con los escépticos. Sin
importar sí reivindican la herencia socrática, todas las filosofías
helenísticas admiten con Sócrates que los hombres están inmersos en la
desgracia, la angustia y el mal, porque se encuentran en la ignorancia: el mal
no radica en las cosas, sino en los juicios de valor que los hombres emiten
acerca de ellas. Se trata pues de ayudar a los hombres cambiando sus juicios de
valor: todas estas filosofías pretenden ser terapéuticas. Mas, para modificar
sus juicios de valor, el hombre debe hacer una elección radical: cambiar toda
su manera de pensar y su modo de ser. Esta elección es la filosofía, pues
gracias a ella logrará la paz interior, la tranquilidad del alma”.[7]
A la fe religiosa y a la Paideia griega nos les alcanzó para llegar al ideal humano: 1789
años bastaron para poner en valor la centralidad del sujeto cartesiano y
depositar en el marco jurídico y político de la Francia revolucionaria la
posibilidad de construir un mundo mejor, a partir de los principios de la
libertad, la igualdad y la fraternidad; principios que no tardaron en entrar en
contradicción con el significado más profundo de cada uno de ellos, pues bien
pronto los jacobinos y sus rivales contrarrevolucionarios advirtieron cuáles
eran los límites de la libertad y la igualdad y qué intereses eran los que se
ponían en juego para la clase burguesa en formación[8].
Tal parece que la política y la teología no han
logrado dar una respuesta satisfactoria al problema de las preguntas
fundamentales. Sin embargo, esos interrogantes que parecían cancelados
definitivamente son retomadas por Heidegger en el Siglo XX a través de una de
las preguntas por excelencia de la filosofía occidental: la pregunta por el ser.
Heidegger había advertido que se trataba de una
pregunta problemática, toda vez que las respuestas a la pregunta por el ser
partían del mismo ser, y que la misma había caído en el olvido ya que al ser se
lo daba por supuesto; aunque es
cierto que el filósofo alemán planteaba la necesidad de reformularla de una nueva
manera, pensándola desde nuestro presente. Y para ello parte de una pregunta escencial
que recuerda a Leibniz cuando se interroga: ¿Por
qué hay algo y no más bien nada?, para así poder indagar sobre el sentido del ser en el marco de su
programa de investigación[9].
A propósito del concepto de Tiqqun, Giorgio Agamben redacta una apostilla a sus ensayos sobre La comunidad que viene, en la que
escribe:
“El autor de esta apostilla
se da perfecta cuenta —como cualquiera que escriba en italiano sobre filosofía
esencial o sobre política— de que es un sobreviviente. Es más, justo esta
consciencia lo distingue de aquellos que pretenden escribir hoy sobre tales
asuntos. Sabe que “la posibilidad de sacudir la existencia histórica de un
pueblo” hace tiempo que no sólo se ha esfumado, sino que incluso la idea misma
de un llamamiento, de un pueblo o de un deber histórico asignable —de una
klesis o de una clase— debería repensarse de principio a fin. Esta condición
de sobreviviente —de escribano sin destinatario o de poeta sin pueblo— no le
autoriza ni al cinismo ni a la desesperación. Al contrario, el tiempo presente
como tiempo que viene después del último día, como tiempo en el cual nada puede
acontecer porque el novísimo está todavía en curso, le parece el más maduro, el
único pleroma verdadero de los tiempos. Lo característico de un tiempo tal —de
nuestro tiempo— es que en un determinado momento todos todos —todos los pueblos
y hombres de la tierra— se han descubierto en situación de resto. Eso implica,
bien mirado, una generalización sin precedentes de la condición mesiánica, en
la cual lo que al principio no era más que una hipótesis —la ausencia de obra,
la singularidad cualquiera, el bloom— se ha convertido en realidad. Justo
porque estaba dirigido a este no-sujeto, a esta vida sin forma…”[10].
Acaso somos sobrevivientes intentando buscar respuesta
a preguntas olvidadas, a interrogantes que ya no parecen despertar interés en
la comunidad en la que habitamos. Agamben lo describe con la preocupación del
que siente la imposibilidad de generar expectatvias en torno a la búsqueda de
respuestas para las peguntas escenciales. Sin dudas para ello, y esa es la
principal tarea de la filosofía entendida como praxis, como terapéutica, o como
una actividad puramente verbal, es necesario salir de la pereza intelectual y
eludir las trampas que a diario ofrece la sociedad en la que vivimos; una
sociedad a la cual le interesa muy poco las preguntas trascendentales de la
vida, más preocupada por las trivialidades y banalidades que el sistema ofrece que
de la meditación trascendental.
[1] Se trata de un concepto, recuperado para uso de la filosofía
contemporánea, por el filósofo italiano Giorgio Agamben. El mismo tuvo derivaciones inesperadas cuando un grupo de militantes políticos franceses utilizaron esta palabra de origen hebreo, y traducida al francés con dos QQ,
para conformar una corriente política y filosófica que producía sus textos en
forma colectiva entre fines de la década del 1990 y comienzos de 2000. La
dirección del sitio web de Tiqqun es
la siguiente: https://tiqqunim.blogspot.com/p/primer.html
[2] Rabino Skornik Fabián, Reparación
del Mundo, Tikún Olam, en el
siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=Tpw2wl37U6M
[3] Maya Juan, Aproximaciones a
algunas preguntas esenciales de la vida misma y respuestas incompletas, en revista
Pensar Liberado, año 2019, en el
siguiente link: https://pensarliberado.wixsite.com/pensarliberado/single-post/2019/01/17/Aproximaciones-a-algunas-preguntas-esenciales-de-la-vida-misma-y-respuestas-incompletas
[4] Jaeger Werner, Cristianismo
Primitivo y Paideia Griega, capítulo 1, pag. 17, Fondo de Cultura
Económico, México, año 1985.
[6] Hadot Pierre, ¿Qué es la filosofía
antigua?, Primera Parte, pag. 23, Fondo de Cultura Económico, México, Año
1998.
[7] [7] Hadot Pierre, ¿Qué es la filosofía
antigua?, Primera Parte, pag. 117, Fondo de Cultura Económico, México, Año
1998.
[8] Soboul Alberto, La revolución
francesa, principios ideológicos y protagonistas colectivos, apunte de
cátedra de la materia filosofía III, Universidad Nacional de Tres de Febrero,
año 2017.
[9] Rivera Jorge y Stuven María Teresa, Comentario
a ser y tiempo, de Martin Heidegger,
capítulo primero, pag. 27, 28, 29, Ediciones Universidad Católica de Chile,
Santiago de Chile, año 2008.
[10] Agamben Giorgio, Tiqqun de la noche, en La
comunidad que viene, Editorial Pre-textos, año 1996.
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