Por Walter Barboza
Del pasado más remoto sólo nos
llegan los ecos negativos de su pensamiento y de su praxis, acaso
porque el
mundo contemporáneo ha hecho un uso poco adecuado del discurso y de la
oratoria, cuando no, ha permitido que incluso lo que los sofistas entendían que era una virtud en sí misma en el mundo
antiguo, aunque no lo explicitaran de forma teórica, se ha degrado por la
tendencia a las simplificaciones en el uso del lenguaje.
Protágoras de Abdera |
Pero ello no es tan así, a partir
de que la filosofía sofística, cuyos máximos exponentes fueron Protágoras y
Gorgias, hizo contribuciones importantes y diversas en distintas áreas de la
filosofía antigua: lógica, gramática, lingüística, ética, política, estética y
epistemología, entre otras[1].
Con lo cual el cúmulo de disciplinas que surgieron y se desarrollar a partir de
la capacidad de argumentar, fueron notables y explica a las claras que no sólo
se trató de un aspecto de la filosofía que se dedicó al dominio de las
expresiones lingüísticas, lógicamente formuladas, o estructuradas en función
del esquema introducción, nudo y desenlace, sino a una amplia variedad de
aspectos que forman parte del campo disciplinar más amplio de las
investigaciones filosóficas.
Quizás la mala fama de la
filosofía sofística nos venga dada de los diálogos platónicos, en los que el
célebre discípulo de Sócrates construye debates entre éste y Protágoras, en los
cuales el sofista termina admitiendo como valederas ciertas consideraciones de
Sócrates, como por ejemplo el debate en torno a si la virtud se puede aprender o es parte de la naturaleza del hombre, y
en los que Sócrates intenta ridiculizarlo y condenarlo al silencio absoluto[2].
En un momento en el que la
filosofía griega intenta establecer lo universal, para los sofistas todo
conocimiento y verdad es relativo -la máxima de Protágoras más famosa fue su
sentencia “El hombre es la medida de todas las cosas…”- las críticas contra
esta filosofía, considerada fundamentalmente relativista, arreciaban. Aunque en
realidad, vistas desde el presente, muchas de esas críticas estarían fundas en
razones metodológicas entre dos filosofías diferenciadas pero valederas. Un
Sócrates, por caso, intentando llegar a la verdad a partir de despojar de
errores los argumentos de los adversarios y por otro los sofistas intentando
aceptar que los enunciados no son verdaderos, ni falsos, sino convenientes o
no.
Así Protágoras puede afirmar: “Sin
duda alguna, hay alguna semejanza entre la justicia y la santidad; siempre hay
semejanzas entre las cosas, de una u otra manera. Lo blanco, en cierto modo, se
parece a lo negro, lo duro a lo blando, y lo mismo hay que decir de las cosas
en apariencia más contrarias (…).”[3],
permitiendo de este modo la existencia de la contradicción en el desarrollo de
una argumentación.
Ya avanzado el siglo XX, el
filósofo francés Michel Foucault, reivindicando el relativismo sofista,
escribirá sobre las relaciones entre poder y verdad, recordando que en
ocasiones la misma es el resultado de luchas por su imposición en el marco de
determinados campos epistemológicos; señalando
que la verdad en el mundo antiguo se impone en el marco de lo que los distintos
sectores de la sociedad pueden decir sobre sus necesidades y reivindicaciones;
en una sociedad que fija, respecto del discurso, quién puede poseerlo, “el dominio de objetos
a los que se refiere, la clase de enunciados a los que da lugar" y en el que
caracteriza a la verdad como un “efecto” de las prácticas discursivas[4].
Los ejemplos de Foucault serán el endeudamiento de los campesinos, la
introducción de la moneda, el desplazamiento de los ritos de purificación; en un contexto en el que no abundan las
palabras para definir las entidades que pueblan el universo y en el que esa escasez constituirá a los sofismas como el emergente
de un proceso de homonimia[5].
Pero el relato de Platón, sobre
los debates entre Sócrates y los sofistas, transcurre en una Atenas que se
encuentra en pleno desarrollo político. Auge y esplendor de la democracia,
impulsada fuertemente por Pericles (siglo V a.c.), en ese contexto histórico
los sofistas tendrán un papel protagónico en la paideia, instancia en la cual el arte de la política, entendida
como una virtud, será posible en su
desarrollo pleno por medio da la capacidad de persuadir a la polis griega[6].
Hay allí un giro en los intereses
de la filosofía hacía los problemas del hombre y su relación con el mundo
social y sus formas de organización. Los interrogantes sobre la vida giran en
torno a preguntas sobre ética y política, desplazando el énfasis puesto en los
interrogantes presocráticos sobre la arjé[7];
una tendencia ocurrida ante la falta de avances en sus planteos y ante el
escepticismo provocado por la imposibilidad de llegar a un conocimiento
verdadero[8]. Y
es en ese marco de desarrollo democrático, que cobra relevancia y vitalidad el
discurso como práctica. Los sofistas -la raíz del término remite al sabio y a
la sabiduría- llevarán adelante una
tarea docente, en una Atenas ávida por formar ciudadanos para debatir sobre los
asuntos de la vida pública y dispuestos
a discutir con argumentos sólidamente elaborados. De este modo comenzarán a
formar a los jóvenes atenienses, dispuestos a involucrarse en los temas de
interés social, político y ético[9].
Protágoras funda su propuesta
filosófica a partir de tres aspectos que, entre sí, funcionarán en forma interdependiente:
las antilogías, el homo mensura y la
modalidad de hacer fuerte el argumento
más débil. En el primero punto sostiene que para una misma cosa hay dos
enunciados contrapuestos (lógica
diádica), lo que le valió fuertes críticas de la filosofía posterior ya que
invalidaba de este modo la posibilidad del principio de contradicción. Aunque
el planteo de Protágoras se refería a que la cosa en sí no es portadora del principio
de contradicción, sino que se trata de dos juicios contrapuestos sobre una
misma cosa y que el mismo es inválido cuando es una sola persona la que lo
enuncia. Con ello Protágoras sostenía que la verdad se imponía de sociedad en
sociedad a través del acuerdo de los miembros de la polis, ya que frente a una
situación dada podía haber coincidencia entre los miembros de la misma,
respecto de establecer qué es lo bueno, lo bello, lo justo y lo injusto. Con lo
cual la verdad, en el filósofo de Abdera, se asemeja a un acuerdo entre los
integrantes de una comunidad respecto de lo que es conveniente para ella y esa
concepción puede variar de sociedad en sociedad respecto del lugar y el tiempo.
Claro que una concepción de esta
naturaleza nos obliga a buscar una salida al problema planteado por Protágoras
respecto de la existencia de opiniones distintas. Si ello es así, ¿de qué
manera el hombre elige la opción más conveniente para la sociedad que integra?
Aquí es entonces cuando empieza a jugar un papel preponderante, la estrategia
de hacer fuerte el argumento más débil:
persuadir al otro de la conveniencia de mis opiniones. La retórica, el adiestramiento en el uso del lenguaje,
parafraseando a Wittgenstein, será de vital importancia.
Por último si el hombre es “la
medida de todas las cosas...”, no es
posible conocer a los Dioses y su naturaleza. Entonces su existencia quedará
establecida en función de la conveniencia de cada polis[10].
Aquí Protágoras nos recuerda a aquella sentencia de Fedor Dostoyevski, escrita
en su novela Los hermanos Karamazov y
que dice que “Si Dios no existe, todo
está permitido”[11].
Aunque no es así para Protágoras quien
entiende que los valores de la polis,
están por arriba de los individuales y que el areté de la política es la virtud que todo ciudadano debe aprender
para vivir mejor en sociedad[12].
[1]
Instituto Tecnológico
Autónomo de México, “Los sofistas y sus principales doctrinas”, México, año
1995/96, dirección de página web: http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/letras43/texto3/sec_3.html
[2]
Platón, obras completas,
edición de Patricio de Azcárate, Tomo II, pag. 11, Madrid, año 1871, Dirección
de página web http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf02009.pdf
[3] Raúl Cuadros Contreras,
“Sofística, retórica y filosofía”, pag. 79 y 80, Argentina, Año 2013, Dirección
de pag. Web: http://www.scielo.org.co/pdf/pafi/n37/n37a04.pdf
[4]
Edgardo Castro, “La verdad del poder y el poder de
la verdad en los cursos de Michel Foucault”, en Revista Digital “Scielo”, año
2013, artículo web en dirección electrónica: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1666-485X2016000100003&lng=es&nrm=iso
[6] Lina Marcela Cadavid Ramírez,
“Los sofistas: maestros del areté en
la paideia griega”, pag. 3, Colombia,
Año 2013, Dirección electrónica: http://funlam.edu.co/revistas/index.php/perseitas/article/viewFile/1128/1017
[8] Christián Carman, “Los sofistas”,
apunte de cátedra Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), pag. 2,
Buenos Aires, Argentina, año 2017.
[9] Lina Marcela Cadavid Ramírez,
“Los sofistas: maestros del areté en
la paideia griega”, pag. 7, Colombia,
Año 2013, Dirección electrónica: http://funlam.edu.co/revistas/index.php/perseitas/article/viewFile/1128/1017
[10]
Christián Carman, “Los
sofistas”, apunte de cátedra Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF),
pag. 3, Buenos Aires, Argentina, año 2017.
[11]
Nueva Revista de Política,
Arte y Cultura, “Dostoyevski y lo que
está permitido”, Universidad Internacional de La Rioja, Año 2010, Dirección
Electrónica: http://www.nuevarevista.net/articulos/dostoyevski-y-lo-que-esta-permitido
[12][12]
Lina Marcela Cadavid
Ramírez, “Los sofistas: maestros del areté en la paideia griega”, pag. 59,
Colombia, Año 2013, Dirección electrónica: http://funlam.edu.co/revistas/index.php/perseitas/article/viewFile/1128/1017
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