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De la genealogía, la teleología y las discontinuidades en la historia


Por Walter Barboza 
Michel Foucault
Michel Foucualt, revisando los planteos filosóficos de Nietzsche, nos indica cual es la tarea y los procedimientos de la genealogía frente a los acontecimientos de la historia: una disciplina que, entiende, no debería llevar a adelante un registro meticuloso y lineal de los acontecimientos considerados útiles, sino por el contrario debería atender allí donde se evidencian las rupturas y discontinuidades de la misma, rechazando la posibilidad de buscar el origen.
¿Por qué el rechazo al origen? Porque Foucault, al igual que Nietzsche, entiende que en el origen las cosas son construidas con el aporte de cosas ajenas a ella misma, provocando una pérdida en la esencia de la cosa. Por ello la tarea del genealogista será la de una búsqueda en la dispersión, los hechos fragmentados, las desviaciones que han constituido aquello que en el presente aceptamos como verdadero, como un acontecimiento histórico irrefutable.
La emergencia o surgimiento del acontecimiento, según Foucault, no debería leerse en una continuidad sin interrupciones,  por el contrario aparece en los intersticios para mostrarnos las singularidades de la historia y sus dispersiones. Una historia que acaso se construye a partir de reglas,  que Foucualt nos señala como vacías y carentes de finalidad, disponibles para quienes las usen y constituyan a partir de esas reglas vacías sus propios contenidos; unas reglas que una vez que son apropiadas por el historiador permitirán construir una versión de la historia, que podrá ser cambiada toda vez que otros se apoderen de esas reglas en beneficio de la construcción de su propia versión de los acontecimientos. Lo que Foucault  entiende, entonces,  es que el devenir de la humanidad consiste en una serie de interpretaciones[1].
Friedrich Nietzsche
Ir contra la teleología y la continuidad, mecanismos que responden a las tradiciones de la narrativa histórica, es la tarea de la genealogía que, atenta a la irrupción del acontecimiento, da cuenta de la lucha que ocurre al interior de sus propios registros; registros que impondrán su verdad voluntariosa a través de la lucha, a partir de determinadas relaciones de fuerza material, simbólica y discursiva. Es decir una tarea que implique ser plenamente conscientes del lugar desde el cual se mira y se escribe la historia; una historia que, en ese marco, no puede ser concebida como objetiva.
Para modificar ese cuadro de situación, Foucault nos propone tres usos del sentido histórico: el paródico y destructor de la memoria oponiendo a ella una contramemoria a partir de una concepción distinta del tiempo. Es decir las discontinuidades como forma de oposición a la teleología y en favor de la reaparición de identidades perdidas en los archivos de la historia como reminiscencia; el del uso disociativo que no hace más que reafirmar la idea de la disociación de la identidad y la emergencia de las complejidades de un sistema compuestos por elementos múltiples; y por el último el uso sacrificatorio y destructor de la verdad con el que se derrumbaran los mitos de la institución de la supuesta neutralidad de la verdad que llevan en sí las disciplinas científicas. Foucault, recordando a Nietzsche, apuesta al sacrificio del sujeto del conocimiento, a derrumbar su sistema de saber, el que está atravesado por las pasiones, maldades, pensamientos inquisidores y relaciones de poder.
Como propuesta final, en el marco del pensamiento de Nietzsche, Foucault lo rescatará en su dimensión filosófica y en su crítica al sujeto de conocimiento al que cree necesario destruir, palabras textuales, en el marco de “la voluntad indefinidamente desplegada del saber”[2].                    
   

[1] Michel Foucault, “Nietzsche, la genealogía la historia”, Versión castellana de José Vázquez Pérez, material de cátedra Filosofía de la Historia, Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), pag. 8, año 2017. 

[2] Idem, pag. 13

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