Paula
Lérmontov y Walter Barboza
Con leer
rápidamente cualquiera de los títulos de sus libros, "Vientres que
hablan" o "La Respiración del ser", preguntarle a Germán
Prósperi ¿cuál es la fuente de inspiración de estas relaciones?, resulta en
parte insuficiente. Porque la puesta en conexión no puede remitir a una lógica
previa. Está ahí, manifestada, emparejando lo real y lo ficcional desde el
vamos.
Una lectura atenta, pondría de
corrido cualquier distinción para no recaer en actitudes dicotómicas. El autor
da constantemente las señales para que esto no ocurra. Pero la pregunta insiste
en aclarar. Y en ese sentido el interrogante llama a ser respondido una y otra
vez distinguiendo y unificando, distorsionando, olvidando, rebelándose contra
las formas opositoras y señalando en última instancia, dónde se ubica la
tensión. "Tuve que elegir entre la carrera y la vida... y elegí la
vida", dice, mientras cuenta algunos de sus recuerdos del pasado y
enseguida aclara: "no tuve que elegir entre la filosofía y la vida porque
eso para mí es indisociable". No caben dudas al respecto, puesto que por
ser alguien que se identifica con la imagen de profesor, investigador,
escritor, ex músico y padre, al mismo tiempo es capaz de poner en juego
conceptos como el de comunidad de Bataille, en el que la conformación pasa
justamente por la imposibilidad de identificación. Utilizar, amasar, y
permitirse el acontecimiento o la experiencia del pensamiento parece ser en él
ese nexo que articula la vida filosófica y sobre ella esta entrevista que, ante
todo, pretende visibilizar el devenir de la filosofía en el formato de estos
deseos, necesidades y problemas que potenciaron su último libro publicado. Allí
logra una original interpretación, "sin pretensiones de objetividad",
de la filosofía hegeliana, en donde los conceptos de respiración, apnea,
sutura, inspiración, expiración operan creando, recreando y suministrando aire
a la dialéctica.
La
respiración del ser. Apnea y ensueño en la filosofía hegeliana
¿Cómo surgió
el título “la respiración del ser”?
Luego de terminar mi tesis doctoral,
me habían quedado dando vueltas ciertas ideas que trata Hegel en la
Enciclopedia de las ciencias filosóficas, como la situación del niño en el
vientre materno, el sonambulismo magnético, la locura, todas muy de moda en el
siglo XIX. Pero la cuestión era que Hegel lo hablaba desde la antropología, eso
era raro.
Volví a leer entonces (por algún
motivo que no recuerdo), la Enciclopedia y a partir de ahí fui encadenando
estas ideas con otra serie de conceptos y empecé a proponer una interpretación
de la dialéctica en términos de respiración, es decir, en clave pneumatológica.
La noción de pneuma, de espíritu, tiene en griego un sentido vinculado a la
respiración, un sentido además teológico. Para Hegel, la idea sale de sí, se aliena
en la naturaleza, y eso yo lo interpreto como expiración, y por otro lado,
vuelve a sí en el espíritu, la realidad se hace autoconsciente, proceso que
interpreto como inspiración. A partir de esto, surgieron otros conceptos que
iban por diferentes lugares como la idea de apnea, es decir de interrupción de
la respiración, que es aquello que queda por fuera de la dialéctica y que Hegel
no puede pensar. En mi libro identifico este elemento inasimilable por el
sistema hegeliano con el fantasma y el sueño.
¿Cuáles son
las tesis que sostenes a lo largo del libro?
Una de las tesis del texto, como
dije, es que la interrupción de la dialéctica respiratoria, la apnea, está dada
por la imagen y particularmente por el fantasma. Aquello que la dialéctica
hegeliana no logra asimilar - porque Hegel piensa lo Real o bien en términos de
naturaleza, es decir en términos materiales, o bien en términos espirituales,
conscientes – es precisamente la imagen y la imaginación. Traducido en una
terminología antropológica: la historia de la metafísica ha pensado, en sus
líneas dominantes, al hombre o bien como cuerpo o bien como alma (entendida en
su sentido racional o espiritual). Hago esta aclaración porque el concepto de
alma es extremadamente difícil y apasionante. La psyche de los tiempos
homéricos, por ejemplo, estaba más próxima a la idea de imagen (eidolon) que al
centro de la vida consciente y personal de los modernos.
Básicamente, tiendo a leer a Hegel
como uno de los mayores exponentes de lo que Heidegger ha llamado “la historia
de la metafísica occidental”, y consecuentemente a los dos momentos de la
dialéctica, naturaleza y espíritu, como ejemplos, si bien inmanentes y sin
implicar tampoco un dualismo ontológico, de las dos regiones metafísicas: lo
visible y lo invisible. Lo que escapa a esos dos términos es la imagen y la
imaginación. Me parece que la historia de la metafísica ha podido pensar tanto
el mundo de los cuerpos como el mundo de las ideas. Lo inteligible ha gozado de
una preeminencia evidente, sobre todo en la línea platónica. Sin embargo, lo
corpóreo, aunque tenga un estatuto menor, ha sido funcional de algún modo a esa
lógica y por tanto asimilado por la dialéctica. En este sentido, lo que resulta
más problemático no son tanto los cuerpos en sí mismos o la naturaleza en el
sentido hegeliano, sino la imagen o la imaginación, porque se ubica en el medio
de los opuestos, en un límite que no coincide ni con un término ni con el otro.
En ese sentido, la imagen es neutra: ne-uter, que significa ni una cosa ni la
otra, un tercer elemento irreductible tanto a la naturaleza como a las ideas.
Es lo que identifico en mi libro con el phantasma: se trata de un término con
el que los griegos se referían a un tipo de imagen. Los otros dos términos
griegos que se refieren a las imágenes son eikon y eidolon. El fantasma es,
sobre todo, como dice Aristóteles pero también ya antes Platón, la imagen que
se aparece en los sueños. Por eso el sueño me interesa, es la experiencia de la
imagen directa.
Cuando
soñamos no somos ni cuerpos ni espíritus puros sino imágenes, fantasmas
¿Qué es un sueño?
En la antigüedad griega, la expresión
no era tener un sueño, sino ver un sueño. Fundamentalmente, la imagen onírica
tenía una realidad objetiva, era una figura enviada por los dioses para
comunicar un mensaje. También podía tratarse de la imagen de un difunto, como
el fantasma de Patroclo cuando visita en sueños a Aquiles. Esa imagen no
dependía de la subjetividad del soñador, por eso los verbos son transitivos en
griego, por ejemplo: ver algo, algo que no es del sujeto sino una entidad
objetiva en cuanto tal. Ya a partir del siglo V a.C. aproximadamente, la imagen
onírica empieza a subjetivarse, por ejemplo en los tratados más racionales o
científicos de Aristóteles o de los médicos del helenismo, es decir que el
sueño pasa de ser una realidad autónoma a formar parte de la realidad psíquica.
Platón dice que hay sueños verdaderos y otros que no. Él creía que el soñador
no tiene las herramientas necesarias para interpretar la realidad del sueño
sino que precisa de un especialista, lo que hoy sería un psicólogo.
Lo que me interesaba de Hegel es que
él denomina a la naturaleza la manifestación material e inconsciente de la
realidad, es decir de la Idea. La naturaleza, si bien es una manifestación de
la realidad, no posee conciencia. Por eso esta mesa (señala la mesa) para Hegel
existe como manifestación del Ser, de la Idea, pero no tiene conciencia de su
existencia.
Los humanos, para Hegel, somos
manifestaciones espirituales. La naturaleza, dice Hegel, es el sueño del
espíritu, puesto que todavía no ha actualizado su potencia consciente y
racional. Ahí Hegel usa el término Schlaf, que en alemán significa sueño en el
sentido de “dormir”. Pero por eso mismo, lo que la dialéctica hegeliana no
puede pensar no es el dormir, no es el descanso o lo no-consciente, sino el
soñar. Casi todas las lenguas tienen esa distinción; en alemán es Schlaf y
Traum, en inglés es sleep y dream, etc.
Lo que ha podido pensar la historia
de la metafísica de esta estructura dicotómica es el dormir, porque se
identifica con el aspecto natural, pero no el soñar que se identifica con la
imagen. El soñar, en efecto, supone una cierta actividad que tiene que ver con
el trabajo de la imaginación y que no es propiamente la actividad que
caracteriza al mundo de la vigilia.
La naturaleza no es consciente de si
a diferencia de lo que le pasa al sujeto… pero ¿cuándo se clausura esa idea?
Porque hay algo en el desarrollo que no se termina de completar
Hay una imposibilidad de cierre que
está en la interrupción, que sería la apnea, esto es lo que no se completa, hay
una suspensión de la respiración.
¿Pasamos de
la suspensión del juicio escéptica a la apnea?
Sí, hay una especie de epojé
metafísica, o histórica. Justamente, en la filosofía hegeliana la
indeterminación se cierra con el saber absoluto. Hegel tiene una visión
teleológica, hay una finalidad, un télos.
El saber absoluto adviene cuando
finalmente la conciencia se da cuenta de que el objeto que intentaba conocer no
es un otro radical y absolutamente extraño, sino otra manifestación de una
misma realidad que es la Idea. Por eso, una vez llegados al saber absoluto
deberíamos ser capaces de reconstruir todos los pasos que fue dando la
conciencia a lo largo de la historia hasta llegar al saber absoluto (es decir,
deberíamos ser capaces de comprender La fenomenología del espíritu). Ahí se
clausura la totalidad porque se conoce la esencia íntima de la realidad, y no
porque se sepa “todo” en un sentido cuantitativo. Alexandre Kojève dirá que es
el fin de la historia, el fin de aquello – el deseo, la acción, la negatividad
– que impulsaba al hombre a seguir desarrollándose históricamente.
¿Cuál sería
la diferencia entre las consecuencias políticas que se desprenden de esta idea
hegeliana y la que vos planteas en tu libro?
La traducción política del saber
absoluto hegeliano es lo que Kojève llama el Estado universal y homogéneo. La
historia termina, para Kojève, en un estado universal y en el retorno del
hombre a la vida animal, es decir en la mera administración de los vivientes.
Pero si uno piensa que la dialéctica
no puede cerrarse porque está constantemente siendo acosada por una fractura,
es decir por la apnea, por algo que se fuga, que no permite su clausura,
entonces no puede haber saber absoluto. La traducción política de este no-saber
absoluto no sería entonces un estado universal, sino lo que Georges Bataille ha
llamado comunidad. Uno de los primeros en pensar una política que no presuponga
un saber absoluto y totalitario es Bataille, y precisamente en una discusión
con Kojève.
Bataille propone la idea de
comunidad, y más específicamente comunidad de la muerte, no entendida como una
identidad o una propiedad en común. Al contrario, lo que se tiene en común es
la imposibilidad de tener una identidad o de construir una propiedad; lo común
se opone a lo propio (idea que remite a Heráclito, por cierto). Yo no me
pronuncio ni por una comunidad tout court ni por una política soberana tout
court. Pero sí creo que a veces, lo sabemos por experiencia propia, por la
experiencia de estos últimos 13 años en Argentina, es preciso adoptar una
posición clara al interior del antagonismo entre el estado soberano y el
mercado neoliberal. Ahí sí me pronuncio sin rodeos por el estado soberano. Pero
creo que ambas líneas, lo que podríamos llamar una política de lo neutro o de
lo común y una política del antagonismo, marcan una tensión que es propia de la
política contemporánea: un vector que, vía Carl Schmitt, va hacia un extremo
representado por el estado totalitario, y otro vector que, vía la filosofía de
lo común, va hacia un extremo cercano al anarquismo. Cuando se intenta pensar
la política solo desde un lado o solo desde el otro todo se vuelve
problemático. De allí que muchas veces nos encontremos en una suerte de
situación de double bind, para retomar la expresión de Gregory Bateson. Y creo
que es en buena parte el problema por el que atraviesa la filosofía política
contemporánea.
Los
formatos: academia y sociedad
¿Cuáles son
las diferencias entre los trabajos académicos y trabajar en un libro?
Me interesan los pensamientos o
filosofías que no renuncian a tesis generales. Me gusta la generalidad porque
creo que hay una marcada tendencia, en el devenir académico y profesional de la
filosofía, a la especialización, a que las cosas sean cada vez más
microscópicas. Es decir, a trabajar con un concepto específico, en un momento
determinado del itinerario de un autor en particular, en un texto también en
particular, etc. Yo veo ahí un empobrecimiento de la filosofía, porque la
filosofía siempre trabajó con ideas generales. Ahora bien, eso no significa que
no se puedan trabajar temas puntuales, muy concretos, pero también pienso que
los textos que nos fascinan no son textos de especialistas, muchos sí, pero la
gran mayoría no.
Universal o general no significa algo
absoluto. La filosofía no tendría que renunciar a la formulación de tesis
generales. Nietzsche, por ejemplo, no habla de cosas mínimas, por eso este tipo
de autores son criticados.
¿La sociedad
hoy necesita este tipo de propuestas filosóficas generales?
Una cuestión es el funcionamiento
interno de la filosofía académica, con esto me refiero a artículos, papers, que
suponen los criterios que funcionan ahí y exige un nivel de especialización
bastante elevado, lo cual me genera una contradicción porque yo no creo que la
filosofía sea especialización, puede serlo eventualmente, pero no por
naturaleza, entonces veo un problema. Uno de los criterios a la hora de evaluar un artículo es por ejemplo
que no haya una tesis propia del autor. O sea, uno tiene que hablar de las
tesis de otros. Es una barbaridad. Y otro criterio es no formular tesis
generales. Eso empobrece a la filosofía, según yo la concibo.
¿Quién
impone ese modelo hegemónico?
La propia comunidad, el sistema
universitario está habituado a esta lógica. No lo he estudiado en profundidad.
La filosofía es indisociable de mi
vida, nunca fue un trabajo en el sentido de ir a una oficina a trabajar. Sí es
un trabajo al momento de hacer exámenes, corregir monografías, pasar notas,
etc., pero el pensamiento en cuanto tal, la filosofía, no; yo no la vivo así,
la vivo como una forma de vida (aunque habría que ver si a esto se le puede
llamar vida – y no es un chiste). No tendría sentido si no fuera así; si no me
atravesara íntimamente no me pondría a escribir. No tiene que ver exactamente
con la lógica académica, también escribo artículos, pero trato de que el
impulso que me hace escribir provenga de una necesidad. Deleuze decía que para
crear un concepto tiene que haber una necesidad de hacerlo. Yo trato de
escribir cuando se me presenta la necesidad, después le doy un formato que se
ajuste a los parámetros requeridos por la academia, pero nunca renuncio a esta
relación más directa con la filosofía.
De hecho, si tengo tiempo libre lo
mejor que me puede pasar es leer un libro o escribir algo de filosofía. Pocas
cosas me interesan en la vida: mi hija, la filosofía…
¿La sociedad
necesita algo de un filósofo?
Yo no sé si necesita algo de un
filósofo. La sociedad funciona perfectamente sin filósofos, no creo que
necesite alguien que les abra los ojos, la gente tiene los ojos muchos más
abiertos de los que los tengo yo, no creo que el filósofo vea todo lo que está
detrás de lo que ve la mayoría.
Pero si
pensamos que cada disciplina aporta algo, ¿qué puede aportar la filosofía?
Es raro, porque trabaja de manera
oblicua respecto a otras disciplinas: economía, política, sociología, historia,
etc., muchas veces, es verdad, sacando a la luz ciertos presupuestos que están
ahí de trasfondo, y haciéndolos visibles. Últimamente se ha enfatizado mucho el
aspecto deconstructivo de la filosofía, lo cual está muy bien, pero a mí me
interesa también – y quizá aún más – el trabajo constructivo, la construcción
de pensamientos, de conceptos y herramientas para interpretar el mundo, lo que
somos y lo que hemos llegado a ser.
No me parece que lo fundamental esté
en el formato que se utiliza para producir pensamiento, lo que me parece
interesante es el acontecimiento del pensar. Ahora, si eso acontece en una
clase, en un libro, en un programa de radio, es para mí secundario. En la
medida que sitúo ahí el punto importante, en el acontecimiento, deja de tener
sentido si se trata de divulgación o no; al contrario, me parece buenísimo que
se divulgue la filosofía porque hay autores que no están al alcance de todo el
mundo puesto que no se conocen. Lo mismo pasa cuando ves una película, lees un
libro… ya no sos igual, hay algo en vos que ha cambiado y que en cierto sentido
ha sido decisivo.
Por eso no hay distinción entre el
pensar de una manera y vivir de esa manera, pero no por coherencia teórica,
sino porque, como decía Nietzsche: el pensamiento surge de la vida.
Y además de
esta autotransformación, ¿no va adherido un deseo de transformar, influir,
hacer sentir algo al otrx?
Hay un deseo de comunidad, de
compartir algo, de comunicar, y sirve para pensar tal o cual cosa, pero en
principio no hay pretensiones en mí de modificar algo en el/la otro/a, tiene
que ver más con una necesidad propia. No me pregunto cuáles serán los efectos
de eso en el otrx. Sugiero que mis textos se lean como un género de filosofía
ficcional, retomando un mote que le pusieron a Philip K. Dick, a quien le
decían que era un filósofo ficcional, porque lo ficcional para mí, como para
Foucault, no es lo opuesto a la verdad; lo que me interesa más bien es cómo un
discurso, ficcional o no, tiene efectos de verdad.
Pero si bien no hay pretensiones de
objetividad, como en el caso de mis libros, eso no significa que pierdan su
potencia filosófica. Se trata de crear una herramienta conceptual de
pensamiento para interpretar de determinada manera un cierto problema. Para mí
son dispositivos de pensamiento. Incluso como receptor o lector lo pienso
igual.
Una pregunta
más técnica, ¿porque razón los textos tienen una tendencia a ser más breves?
Por una cuestión de mercado y porque
ha cambiado la velocidad, la accesibilidad, la brevedad. No me resigno a que
uno tenga que escribir textos breves y de fuerte impacto así como no me resigno
a pensar que la filosofía tenga que renunciar a tesis generales.
Claro que surge esa cuestión de
cuándo uno considera terminado un libro. Es como los músicos. ¿Cuándo dejamos
de retocar una canción?
¿Sos músico?
Fui en su momento músico de rock y
ahora no. Toqué diferentes cosas, mal todas, pero al menos estuve practicando.
A la filosofía siempre le agrego la música. Toqué durante un tiempo. Me fui con
una beca a Italia dos años, para hacer los cursos de doctorado. Si hubiese sido
una persona sensata, al terminar los cursos me tendría que haber vuelto, pero
me encontré frente a una disyuntiva como la que plantea el título de una novela
de Jorge Semprún, La escritura o la vida. La diferencia con la novela es que la
disyuntiva se me presentó entre la carrera o la vida y elegí la vida, no tuve
que elegir entre la filosofía y la vida porque eso para mí es indisociable
(reitero que el término “vida” me parece problemático, pero no importa eso
ahora), entonces me quedé un año más viajando por Europa en condiciones
precarias, durmiendo en la calle, tocando en la calle; cuando volví en el 2007 seguí
en esa vida de rock and roll, tocando con CRACK, mi banda, hasta el 2011.
Recién ahí me reinserté en el mundo académico. Por eso mi trayectoria académica
es discontinua, no hice el camino supuestamente en tiempo y forma; me
interesaron otras cosas, fui bastante natural en seguir lo que me iba
interesando o lo que fui deseando (en ese sentido fui un privilegiado). Digamos
que nunca – o al menos casi nunca – me obligué a hacer lo que no deseaba porque
también tuve la posibilidad de optar. Después se me complicó y empecé a
dedicarme a la filosofía como un laburo.
Yo había adquirido ciertas
habilidades prácticas: en Francia, por ejemplo, vos en un teléfono público
marcabas un número y te daba una lista de centros para homeless, para gente que
no tiene hogar. Es toda una política social que hay en muchos países, entonces
yo averiguaba donde estaban esos lugares, te daban de comer, una cama para
dormir, un desayuno al día siguiente; después abrían las puertas y te tenías
que ir. Podías volver, si querías, a la noche. Yo paré en muchos de estos
lugares. A veces llegaba tarde y no
había lugar, entonces dormía en la calle. Pero nunca tuve demasiados problemas,
nunca tuve una experiencia complicada o desagradable. Así anduve por un montón
de lados. Prácticamente por toda Europa. No me arrepiento. Tuvo que ver con
otras necesidades de un momento mío y otro tipo de aprendizaje muy vinculado
con la filosofía como tal (supongo que Pierre Hadot estaría de acuerdo). Por
eso decía que fue la carrera o la vida, pero no la filosofía porque la
filosofía está en la vida misma.
¿Es la
teoría con H, el concepto de viajar y volver transformado?
Para mi esos viajes, el viaje
geográfico concreto, no dista mucho de los viajes que nos proponen los textos:
ya sea la lectura o la escritura. Siempre está la idea de que hay una
experiencia en juego allí, que en un punto para mí es indistinta en todos los
planos y que tiene que ver con la vida (póstuma tal vez) que no se agota en una
dimensión personal, con esos acontecimientos que modifican lo que sos.
Cristología
y fantasmas
¿Tenés pensado publicar algún nuevo libro
próximamente?
Tengo dos libros. Uno que se va a
publicar, creo que el año próximo, en la misma colección (la Biblioteca de
Filosofía Venidera que dirige Fabián Ludueña Romandini, a quien valoro
muchísimo, tanto en un sentido humano como filosófico, y por eso recomiendo sus
textos siempre que puedo), y es más extenso que La respiración del Ser. En ese
libro, cuyo título general será La máquina óptica, sigue estando presente la
idea de imagen pero abordada desde una perspectiva más antropológica. La tesis
central es que el estatuto ontológico del ser humano es el de un fantasma o una
imagen y que, en cuanto tal, no existe.
El otro ya está escrito también; es
sobre cristología, sobre de la figura de Cristo, es un texto más teológico y
supone una deconstrucción de algunos pilares teológicos y cristológicos.
¿Y en
referencia a tus otros trabajos, esta idea de trabajar no las cuestiones que
tienen que ver con el cristianismo, sino la cristología?
A mí me interesa la figura de Cristo
porque, en términos teológicos, ha funcionado como la instancia de articulación
de las dos grandes regiones metafísicas: lo visible y lo invisible, el espíritu
y la carne, Dios y el hombre, etc. En la medida en que Cristo es Dios
encarnado, dios hecho hombre, o el verbo hecho carne, cumple la misma función
que la imagen y la imaginación. Por eso Cristo será presentado por los teólogos
y Padres de la Iglesia como la imagen consubstancial del Padre. Es la instancia
que hace posible el pasaje de un registro a otro. El mismo Cristo va a decir
“nadie llega al Padre si no es a través mío”.
Pero ahí pasa también algo raro,
porque el tipo de investigaciones como esta sobre cristología me parece que
quedan en un lugar que es como una tierra de nadie dentro de la filosofía
académica. Es algo que he notado al enviar algunas partes del libro como
artículos. Para la filosofía en general son textos muy teológicos, entonces,
imagino que dicen los miembros de los comités de las revistas, “esto lo tiene
que leer un especialista en teología o en filosofía medieval”. Pero para las
revistas de teología, para los teólogos o los especialistas en patrística o
filosofía medieval, son textos muy filosóficos o muy incorrectos y disruptivos.
Entonces quedan como flotando en una frontera que es muy extraña. A mí me
interesa mucho la filosofía antigua, la filosofía de la patrística, la
filosofía medieval en general, porque gran parte de nuestros conceptos
filosóficos, políticos, tienen una proveniencia teológica. Esto no es nada
nuevo, por supuesto. Pero el problema es que, en general, la gente que se
dedica a estudiar a Clemente de Alejandría por ejemplo, o la gente que se
dedica a estudiar a Juan de Damasco, está más cerca de ser del Opus Dei que de
tener una perspectiva cercana por ejemplo a la deconstrucción derrideana. Por
el contrario, la gente que está más habituada a corrientes contemporáneas o es
más afín a la filosofía que surge del post-estructuralismo y que tiene una
visión un poco más libre de la práctica filosófica, en general no conoce
demasiado de - ni le interesa la - filosofía patrística o antigua. La
conclusión es que resulta complicado encontrar interlocutores que manejen ambas
cosas. De allí la importancia que tienen para mí, en el marco de la filosofía
argentina, las investigaciones, decisivas y absolutamente indispensables, de
Fabián (Ludueña Romandini).
Incluso
estos temas son interesantes desde el punto de vista lingüístico. Mahoma, que
era analfabeto, se supone que tenía visiones y después la persona que lo
asistía escribía sus descripciones y se veían obligados a inventar palabras
para designar determinados objetos o acontecimientos. O, pensemos en la
potencia de la palabra “Verbo”, como noción en la introducción del Evangelio de
Juan.
Sí, tremendo. El Evangelio de Juan,
sobre todo el prólogo, ha tenido innumerables interpretaciones durante toda la
tradición cristológica. Es significativo, además, que el término que utiliza
Juan es logos, el cual ya tenía toda una carga filosófica (pensemos sin ir más
lejos en el estoicismo y, más allá aún, en Heráclito). Entonces Cristo es el
logos, que es el verbo. Esto será fundamental sobre todo en la escuela de
Alejandría: Clemente, Orígenes, Atanasio.
El texto sobre cristología se llamará
De Christo et Antichristo, título que retomo del primer tratado consagrado al
Anticristo escrito por Hipólito de Roma en el siglo II d.C. Yo analizo las dos
figuras, la de Cristo y la del Anticristo, identificándolas con dos tipos de
imágenes: el ícono (Cristo), que designa en términos platónicos una imagen que
se funda en una relación de semejanza con un modelo y que funciona
consecuentemente como instancia de articulación; Cristo es un ícono siempre,
porque permite la conexión del hombre, que es la creatura, con el Padre, que es
el creador o el modelo, el arquetipo. Ahora bien, hay otro tipo de imagen que
está como por fuera de esa lógica entre modelo y copia y que no es ya el ícono,
en sentido platónico, sino el fantasma (Anticristo). El fantasma en Platón
designa un tipo de imagen que ya no se funda en ninguna relación con un modelo;
es una singularidad sin modelo. El fantasma rompe esa dicotomía entre modelo y
copia. Es decir, no es una copia porque no tiene original, no tiene modelo. Yo
interpreto a Cristo como ícono y al anticristo como fantasma, proponiendo,
claro está, una lectura que no es la de las Escrituras ni la de la cristología
canónica.
Cristo dijo
también que él no venía a traer la paz, sino la espada. Una interpretación
posible es que él venía a cortar cabezas, con lo cual podemos interpretar una
fuerte declaración política.
Sí totalmente. De allí la persecución
y todo eso. Es también la idea del mesianismo. Gran parte de la filosofía
contemporánea que retoma la idea de mesianismo para pensar la política, desde
Benjamin a Derrida, de Taubes a Agamben, tiene que ver con esa tradición. La
última parte de La respiración del Ser está más enfocada justamente a la
cuestión política, que yo fui desarrollando en otro registro. Lo mismo pasa en
este libro (De Christo et Antichristo): tiene un planteo más metafísico, teológico,
y hacia el final hago un análisis de cómo esto se traduce en términos
políticos. Para decirlo rápidamente, la política se juega en esa tensión entre
estos dos tipos de imágenes. La tensión, como dije, se da entre la idea de
antagonismo y la idea de comunidad. Una política mesiánica, o totalmente
centrada en la noción – neutra – de comunidad, no es viable en mi opinión. Tan
inviable como una política que descuide esta dimensión neutra, la apnea. Por
eso en el último capítulo de La respiración del Ser sostengo que la política
actual, al menos en sociedades periféricas como las nuestras, se juega en una
dialéctica muy singular: entre la respiración, es decir el antagonismo, y la
suspensión de la respiración, es decir la apnea.
¿Te costó
mucho llegar a clarificar todas estas ideas? porque por lo general los que
estudiamos filosofía nos solemos enredar en las ideas que ponemos en juego en
dos renglones y empezamos a preguntarnos una y otra vez antes de escribir.
Debo confesar que, en general, en
estos últimos años, ya no tengo esos problemas. Quiero decir, los tengo
previamente, pero cuando me pongo a escribir de alguna manera ya están
resueltos. Hasta que no los tengo resueltos no escribo. Los problemas son lo
que más me interesa. A diferencia de los otros planos de la vida, cuando en
filosofía estamos frente a un problema lo celebramos. Antes me ponía a escribir
sin tener demasiada claridad sobre lo que quería decir, ahora espero. Le doy un
tiempo para que ese problema se resuelva, o me cierre a mí mentalmente:
entonces escribo.
Muchas veces
hay muchos interlocutores que uno tiene en la cabeza, que se hablan y se
contestan y que incluso, vos lo decís en clase, muchos no se animan a hablar
por las críticas.
Muchxs han incorporado una especie de
prurito insensato, más allá de las cuestiones psicológicas de cada unx, a
partir de algo que hay en el funcionamiento institucional que fomenta ese tipo
de temores. Como que uno tiene que estar completamente seguro y que no tiene
que dejar nada librado al azar; por ejemplo, si uno trabaja sobre tal autor,
tiene que haber leído todo lo que se escribió al respecto para estar seguro de
que lo que va a decir no se contradice con lo que el mismo autor dijo diez años
antes… cosas así. Una locura. A mí no me pasa eso, yo escribo con la mayor
libertad, pero también trato de ser lo más riguroso posible.
Pero abarcar
toda la bibliografía es imposible.
Claro, es una imposibilidad. La gente
está años y años tratando de leer todo lo que se escribió sobre un autor para
luego escribir una tesis. Está buenísimo, pero me parece que son como
obstáculos que la misma institución – y en un punto nosotros mismos – nos
ponemos y que atentan todo el tiempo contra el pensamiento, ni más ni menos.
Borges
ensaya un poco esta idea con “Funes el memorioso”.
Sí, claro. La conclusión a la que
llega Borges es que Funes es incapaz de pensar. En la medida en que recuerda todo,
no puede generalizar. No puede construir conceptos generales, porque cada cosa
que percibe es diferente. Y a mí me parece que hay un punto donde hay que
generalizar, porque si no es imposible construir una idea.
Sobre el
autor
Germán
Prósperi es Doctor en Filosofía por la UNLP. Su tesis doctoral versó sobre el
problema del cuerpo en el fin de la historia. Se especializa en problemas
vinculados a la metafísica y la antropología filosófica. Dicta clases como
profesor adjunto de filosofía en la UNLP. Ha sido becado por el Ministero degli
Affari Esteri para realizar seminarios de posgrado en la Universitá degli Studi
di Genova (Italia). Es autor del libro “Vientres que Hablan. Ventriloquia y
subjetividad en la historia occidental” (2015). “La Respiración del Ser. Apnea
y ensueño en la filosofía hegeliana” (2018). Escribió diversos artículos en
revistas especializadas.
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