“Yo soy Aguirre, la ira de Dios”, exclama el actor Klaus Kinski, mientras proclama su
deseo de formar su propio reino y su propia dinastía en pleno Río Amazonas. Su
expedición en la búsqueda de la mítica ciudad de El Dorado ha fracasado y en la
expedición sus hombres mueren de hambre o de malaria, cuando no víctimas de las
conspiraciones internas de un grupo humano en plena crisis. En su film, el
Director Alemán Werner Herzog narra
las desventuras de un grupo de expedicionarios encabezados por el comandante
Lope de Aguirre que, en una suerte de acto de autonomía política, intenta
buscar una ciudad imaginada por los pueblos originarios en plena selva Amazona,
en la que yacen supuestas ciudades y estatuas de oro.
La película, rodada en el año
1972 en plena selva peruana, tiene un doble significado: mostrar de qué manera
la conquista de América fue una aventura alocada, y perversa, y de qué modo los
pueblos originarios eran brutalmente sometidos por los españoles llegados a
estar tierras.
Sin embargo, la película encierra
una gran paradoja, un “metalenguaje” del que Herzog no pudo escapar y que fue denunciado por Kinski en algunas de las tantas
declaraciones que el actor hizo antes de su fallecimiento en 1991: “Para sus
películas echa mano de personas poco desarrolladas mentalmente y de diletantes,
a los que puede manejar a su antojo (¡y, supuestamente, hipnotizar!), y a los
que paga un salario de hambre, y eso si les paga”. O bien en afirmaciones de este
tipo: “Su supuesto talento consiste únicamente en torturar criaturas indefensas
y, si hace falta, matarlas de cansancio o asesinarlas”.
La crudeza con la que Kinski
narra su experiencia con el director alemán está vinculada también a la fuerte
personalidad de Kinski, a quien sus
compañeros de trabajo y el propio Herzog nunca dudaron en definir como un
sujeto inestable, “irascible” y “violento”. Sin embargo esa experiencia deja
entrever que Herzog, en su intento -si
es que lo hubo- por reivindicar a los pueblos originarios, apela a la
explotación de los trabajadores peruanos que colaboraron en el film. Esa
contradicción ha dejado a Herzog, en la historia del cine de culto, en una
situación al menos incómoda porque otro tanto ocurrió con su film “Fiztcarraldo”.
Está claro que Herzog pudo hacer
lo que hizo con sus películas, porque los rodajes se llevaron adelante entre la
década del setenta y comienzos de los ochenta. De ningún modo hoy podría
realizar semejante incursión, sobre todo atento al cambio de época en el que la
consolidación de un conjunto significativo de derechos, ha permitido a los
pueblos originarios de esta parte del mundo avanzar en sus reivindicaciones.
El anecdotario de Herzog, señala
las regularidades en la cultura occidental respecto de la mirada histórica que
han tenido sobre los pueblos de Suramérica. El “ninguneo” al que intentaron
someter al Presidente Evo Morales -de quien los norteamericanos sospechaban
que llevaba en su interior al espía Edward Snowden- violando las normativas internacionales existentes,
demuestra el menoscabo y el desprecio que tienen los estados nacionales que
acataron el pedido de Estados Unidos, por los pueblos libres de esta región.
Cual Lope de Aguirre, el
embajador español en Viena quiso inspeccionar el avión del presidente Morales
antes de otorgar el permiso de aterrizaje en el aeropuerto de Madrid. Solo
faltó pedirle que tocara para él, como en esa escena en la que un miembro de la
comunidad peruana ejecuta su flauta de pan (sikus) en plena selva amazónica.
No es extraño, ya en la XVII
Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, ocurrida en Santiago de Chile el 10
de noviembre de 2007, el rey de España, Juan Carlos I, le espetó al comandante Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”
El intento de inspeccionar el
avión de Evo Morales y el exabrupto poco decoroso del Rey Español con Chávez, encierra
una metáfora contumaz: el intento frustrado de una vuelta al pasado, el de una
América Latina permeable a las políticas imperialistas. Pero a la vez son dos
hechos que marcan fuertemente la potencia del proceso político latinoamericano
y la dimensión significativa de un cambio de época: la resistencia a ser el
patio trasero de Estados Unidos y el rechazo a la dependencia económica con los
países europeos.
En su relato “Breve historia de la siembra de la democracia en América Latina”,
el escritor y periodista uruguayo, Eduardo
Galeano, escribe a propósito de las intervenciones de Norteamérica en
América Latina: “Y algo parecido ocurrió en Bolivia donde algún estudioso llegó
a la conclusión de que los Estados Unidos eran el único país donde no había
golpes de estado, porque allí no había embajada de los Estado Unidos”.
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