Por Walter Barboza
En su novela “Respiración
artificial”, una de las tesis centrales del escritor Ricardo Piglia, sobre el
surgimiento de la literatura nacional, y el estilo que la marca, está fundada
en el libro “Facundo, civilización y barbarie”, escrito por Domingo Faustino
Sarmiento en 1845.
Piglia, aunque no lo
explicite, sostiene en un diálogo
ficcional que mantienen varios de sus personajes, que con el “Facundo” se
inicia la “literatura nacional” de un modo en el que su función política va a
dar una clara pauta de la orientación ideológica de la clases dominantes.
Sarmiento, y no por casualidad,
comienza su libro con una cita en francés: “Las ideas no se matan (On ne tue
point les idées)”, una ironía para dar cuenta de que los bárbaros no estaban en
condiciones de leerla por su condición de tal, es decir de iletrados y
analfabetos. Para Piglia, entonces, la literatura argentina comienza con una
cita en francés.
La anécdota encierra dos
paradojas: la primera es que el carácter nacional de la literatura argentina
comienza con una lengua extranjera. Y la segunda es que esa frase, que
Sarmiento atribuye equivocadamente a Fourtol, es inexacta pues su autor fue
Volney, un escritor y político francés del siglo XVII. Si Sarmiento quería
vanagloriarse de su cultura y formación académica europea, su posición se
desmorona por sus propios desaciertos intelectuales.
A partir de allí, según Ricardo
Piglia, bajo la impronta europeizante de Sarmiento comienza a proliferar
en la escritura un estilo “erudito,
ostentoso y fraudulento”, un estilo que encierra una “enciclopedia falsificada
y bilingüe”. Lo ejemplifica con el caso de Paul Groussac, un intelectual
francés que en la segunda mitad del siglo XIX tuvo una prolífica actividad
académica en la Argentina. Uno de los personajes que Piglia describe en su novela,
se burla de Groussac al decir que si se hubiera quedado en París, “hubiera sido
un periodista de quinta categoría” y no un “arbitro de la cultura” como se le
consideraba en ese momento en el país.
En ese marco, Jorge Luis Borges
vendría a sintetizar el fin de la primera etapa de la literatura nacional. En
su obra se encuentra explicitada esa corriente de la literatura que los
personajes de Piglia describen como “fraguada, apócrifa, falsa, desviada,
exhibicionista, y paródica de una cultura de segunda mano”, con aquella que
Sarmiento desprecia y Groussac no representa: la literatura gauchesca y de tono
costumbrista.
Borges, sostiene Piglia, se “ríe
de ello” al exasperar el estilo europeizante y permitir la convivencia del
estilo gauchesco emanado del Martín Fierro. Lo hace al situar a sus personajes
entre los años 1890 y 1900 y utilizar los giros de la lengua popular. Una
estrategia para cerrar, o abrir desde nuestra perspectiva, esa doble tradición
de la literatura del siglo XIX. En Borges, aunque en grandes pasajes de su vida
haya mostrado su costado antipopular en lo político, conviven los cuentos donde lo central es la
erudición y las citas, con aquello que resulta emanado del acerbo y el habla
popular: los cuchilleros, los orilleros y los pendencieros.
Aquí es donde se produce el punto
de encuentro entre el imaginario de Sarmiento y la asunción de Máxima
Zorreguieta. La reina expresa todo aquello que una parte importante de la
literatura nacional logró construir a través de su función política, fundamentalmente
la de Sarmiento que, si bien era un republicano cuyo modelo constitucional era
los EE.UU., tenía una debilidad significativa por todo aquello que viniera de
la Europa moderna.
Su libro, Facundo, fue la máxima
expresión del desprecio por el interior y las características de sus
pobladores. Al parecer, la copia de la frase en francés de “Las ideas no se
matan”, son el dato significativo de un fuerte complejo de inferioridad que
aqueja a las clases dominantes en nuestro país. Una conducta que se extendería
durante el Siglo XIX y gran parte del Siglo XX y que Borges, a pesar de la
ruptura que provoca en cierto momento de su biografía, la extiende al
recobrarla con la llegada del peronismo al poder.
Se trata de una Argentina que se
hace visible con la asunción de la Reina Máxima, porque ella condensa todos los
atributos de la Argentina que no fue: la Argentina europea, blanca y
occidental, la de modos refinados, bilingüe. El puente que una porción
importante de nuestro país necesitaba para afirmarse como perteneciente a una
casta que la distingue del resto de América Latina y que niega la autenticidad
de los sectores populares.
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