Por Walter Barboza
María Arenas se para a escasos
centímetros de la baldosa ubicada en Avenida de Mayo y Tacuarí. Ya no parece
conmovida, aunque sus ojos aparentan perderse en los entretejidos de la
historia. Hace una mueca, sus ojos brillan, suspira profundo, se agacha y acaricia
ese pedazo de cemento y cerámica, único símbolo de ese tiempo que, hace diez años, le escurrió entre sus manos a
uno de sus tesoros más preciados.
Allí, en las avenidas principales
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la calle arde. Es el calor de los días
de verano y la furia de la gente. Es diciembre en la Argentina y los días que
pasan marcan el fin de una época. El ministro de economía, Domingo Cavallo,
anuncia medidas sumamente restrictivas para la economía de la gente. Los
diarios las reflejan con crudeza y avanzan sobre la agenda política diaria: “La
ola de saqueos y reclamos de comida llegó al Gran Buenos Aires”; “En Rosario
hubo 20 heridos con balas de goma reprimidos por la policía cuando reclamaban
comida”; “Se mantiene el recorte de salarios y jubilaciones y se elimina el
incentivo docente y fondos provinciales”; “La consulta contra la pobreza logró
2.700.000 votos”. Esos titulares no presagian nada bueno. Un año y medio antes,
Horacio Verbitsky alertaba en un artículo publicado el 16 de julio de 2000 en
el diario Página 12 lo que meses después
ocurriría: “Al mal tiempo buena cara, Los desocupados llegarían al 17,1 por
ciento en 2003, con más de dos millones y medio de desempleados, y a 20,7 por
ciento en 2010, con 3,7 millones de personas sin trabajo. Esto equivaldría a
una catástrofe social.” La nota, basada en un análisis del Instituto de
Formación de la CTA, es lapidaria. Lo que vendrá es lo que ya se vivía en las
calles de la República Argentina.
En ese contexto Gastón Riva se
mueve. Surca durante gran parte del día las calles de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Lo hace en su motocicleta, mientras reparte cartas, vencimientos
y documentación de empresas y comercios. Es uno de los cientos de jóvenes que
aglutina el Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes (SIMeCA), una
organización formada al calor de los nuevos empleos que van surgiendo como
consecuencia del proceso de desindustrialización en el que cayó el país.
Entre los meses de junio de 2000
y diciembre de 2001 la crisis desespera. En las afueras de la CABA la gente se
organiza y rebusca la vida como puede. En el conurbano profundo la situación es
más dura. La cuenta es más sencilla que las complejidades planteadas por el
mundo de la estadística y las finanzas. De cada diez personas, tres tienen
problemas de empleo y la caída en el consumo es tan atroz que al kilo de pollo
se lo puede conseguir en los grandes hipermercados a tan sólo 25 centavos.
El SIMeCA lo sabe con certeza,
pues muchos de sus integrantes cruzan la frontera de la capital hacia la
Provincia de Buenos Aires para hacer el corretaje, o bien son motoqueros que
vienen del Gran Buenos Aires a trabajar a la CABA.
“No hay futuro”, habrá pensado
Gastón, este joven de 30 años, marido y padre de familia, que recorriendo esas
calles que se tornan mugrosas, puede ver cada día como aumenta el número de
gente sin techo que vive debajo de la autopista 25 de Mayo, o los cartoneros
que en invierno y verano salen como zombies a juntar los deshechos que arrojan
los pocos ricos que quedan en el país.
Lo habla con su esposa, a la que
apenas ve a la tarde, cuando Gastón llega después de una jornada de trabajo de
12 horas, toma unos mates y se va a una pizzería para trabajar como delivery.
Hay en el medio de ese atolladero de indecisiones un proyecto: una casa en
Ramallo para él, su esposa y sus tres hijos, Camila de 9, Agustina de 4 y
Matías de 3. Volver a la zona norte de la Provincia, un lugar que Gastón
conocía desde su infancia en San Nicolás y sus alrededores. Juntar peso por
peso, centavo por centavo, con un trabajo que paga por comisión es como una
afrenta a la vida. Gastón lo entiende, por eso su bronca madura de a poco,
aflora desde la profundidad de su conciencia. Se enoja, pero enseguida le hace
mimos a su esposa.
El 19 amanece caluroso y un aire
pesado va y viene por todas las calles de la CABA. El malestar parece crecer
por segundo. Es como si todos supieran que algo va a pasar pero nadie sabe ni
cómo ni dónde comenzara, ni siquiera la naturaleza de ese algo que está al
caer. Buenos Aires, es entonces, cada vez más parecida a una película de
Ciencia Ficción, “Fuga de Nueva York”. Solo que los delincuentes, piensa la
gente, “están dentro de la casa de gobierno, en los bancos y en las financieras
de la City Porteña”.
Gastón vivencia montado en su
caballo de hierro las primeras manifestaciones de una cosa amorfa y sin
definiciones políticas, que la derecha describe como “ciudadanos”, los sectores
progresistas como “pueblo” y el común de la gente como la “gente”. Escucha en
la radio y en los noticieros de los canales de cable la amenaza de saqueos en
el conurbano y el gran Buenos Aires.
Así pasan los minutos que se parecen
cada vez más a una síntesis perfecta de los conflictos sociales del Siglo XX.
Gastón llega a su casa y cumple con la rutina del mate, aunque esta vez las
dudas abundan. Su esposa le sugiere que no vaya a la pizzería, que “no tiene
sentido”, que “nadie va a pedir pizza con el lío que hay en la calle”, que “ya
se escuchan ruidos allá afuera”. Pero Gastón no falta a su trabajo, no la hace
nunca y menos hoy que la calle tiene un brillo significativo, una especie de
nueva alborada en la caída de la tarde o
una paradoja que parece trazar un nuevo destino. Nunca cenan juntos, pero por
esos misterios que encierra la vida, esa noche Gastón vuelve temprano y todos
se sientan alrededor de la mesa.
El 20 de diciembre de 2001
marcará el fin de un época, la conclusión de un ciclo que se llevará ilusiones,
proyectos y vidas. Gastón sabe que va a estar ahí, que es necesario estar, que
la historia lo demanda, que es necesario ser protagonista para contarle a sus
hijos que él peleó por un mundo más justo, libre y soberano. Es medio día y su
esposa cruza un llamado para sugerirle con no se meta en líos, pero Gastón se
enoja y la corta en seco. Ella puede ver los móviles de los canales de
televisión transmitiendo en vivo desde la Plaza de Mayo, a los caballos de la
Policía Federal encerrando y golpeando a las Madres de Plaza de Mayo, a hombres de saco y corbata corriendo por las
calles de la city porteña y arrojando piedras; van hacia adelante y retroceden
en un caos y desorden que con el correr de los minutos se plantea como una
estrategia rústica. Son trabajadores comunes y corrientes, desocupados,
militantes de organizaciones políticas y sindicales, sueltos, miembros de la
clase media ahora empobrecida, que se mezclan en una maraña, en una madeja que
rueda y se acrecienta arrastrándolo todo.
Gastón, tras ir y venir, se
detiene en la intersección de Avenida de Mayo y Tacuarí. Tiene un registro
amplio de lo que ocurre. La escena parece sacada de una película futurista o
una fotografía de un oriente medio convulsionado. Piedras esparcidas, restos de
cartuchos de las balas de goma que la policía utiliza para reprimir. A unos 20
minutos del centro María Arenas reconstruye escenas, retiene en su retina las
fotografías del momento. En un zapping desesperado salta de un canal a otro.
Gastón no sospecha que María lo busca a través de la televisión, mientras se
pregunta si no andará metido en líos.
Pero eso que pasa allí, a escasas
cuadras de la casa de gobierno no es un lío. Es el fin de un proceso político
que imperó durante la década del 90. Gastón lo comprende y también su compañero
Daniel Guggini, que lo acompaña en su periplo. Encaran hacia la Casa Rosada a
las cuatro y media de la tarde de un jueves 20 de diciembre de 2001. Gastón
detiene su marcha. Cuatro policías intentan impedir el paso. Disparan a los
cientos de cuerpos que se hamacan de un lado a otro. Gastón se encorva, se
agacha, cae, Alcanza a musitar un “me muero”. Y en el medio del pecho un hueco
por el que expira. La vida se le va, libera sus riendas, se suelta. Tan sólo
eso. La muerte lo sorprende como si tal cosa. Y en la eternidad de esos
segundos, en los que la gloria de esa jornada histórica lo alcanza, María
Arenas lo reconoce por televisión. Divisa primero su riñonera, después la
remera, finalmente parte de los rasgos de su cara. Ya no hay dudas, es Gastón.
María Arenas exhala un aire
contenido, mientras recorre con su mirada la escena del crimen y el lugar
exacto en el que Gastón Riva, su marido, murió. Es el tiempo fugaz de los diez
años que pasaron desde la caída de De La Rúa al presente. Allí, en la esquina
de Avenida de Mayo y Tacuarí, hay una placa que reza: Gastón Riva, Asesinado
por la represión policial en la rebelión popular del 20/12/2001. En los diez años que median entre la tragedia
argentina, su pérdida personal, y el cambio de época, el caso todavía espera
una resolución de la justicia. El asesinato nunca se reconstruyó y por estos
días el fiscal federal, Luis Comparatore, pidió al Juez Claudio Bonadío, la
reconstrucción de su crimen y el de Sergio Lamagna y Carlos Almirón.
María Arenas revisa otra vez la
placa, entorna el cuerpo y se dispone a irse. Es casi verano en la CABA y el
sol del mediodía empieza a apretar. María se va con cierto dejo de resignación.
Ella y sus tres hijos esperan.
*Esta crónica, de mi autoría, fue
construida a partir del testimonio de familiares y amigos de Gastón Riva. Son
parte de la reconstrucción de las últimas horas de Gastón. Las entrevistas
fueron rodadas para el documental “Motoqueros”, de inminente estreno, que fue
dirigido por Pablo Torello entre 2005 y
2006.
2 Comentarios
Que triste... Quizás la justicia no le haya llegado a quienes fueron responsables de tan vil represión pero crónicas tan bien escritas como esta y la placa de la plaza por lo menos ayudan a cicatrizar la herida y generar memoria. Para que esto no vuelva a pasar!
ResponderEliminarPor una de esas cosas del destino esquivo siempre me olvido de visitar tu blog. Alguna vez creo que ya comenté que me gusta mucho como escribis. Como siempre que vuelvo a tu blog, me pongo al día con las notas que no leí.
Te invito a conocer mi blog y si te gusta, a seguirlo. En el 2012 estaré empezando la carrera de periodismo, me gustaría cruzar palabras con vos.
www.visto-desde-el-sur.blogspot.com
Gracias Facu. Cuando quieras cruzamos direcciones y teléfonos, tomamos un café y charlamos.
ResponderEliminarUn abrazo grande
walter