En 1956 a
Francisco Sánchez lo llamó un gerente de la empresa Flandria y le dijo que
estaba despedido por visitar aHéctor Cámpora. La empresa, ubicada en la
localidad de Jáuregui, partido de Luján, era una de las compañías textiles más
importantes de la Argentina.
La entidad había
sido fundada en 1924 por Julio Steverlynck, un inmigrante de origen Belga, que
llegado a la Argentina se afincó en esa zona para dedicarse el desarrollo de la
industria textil algodonera, que su familia eficientemente había llevado
adelante en Flandes.
Sánchez había
conocido a Cámpora en sus viajes como vendedor de telas a San Andrés de Giles,
mucho antes de que éste fuera legislador nacional. Gente de campo que, en una
Argentina escasamente poblada, comenzaba a establecer un entramado de
relaciones sociales a partir del vínculo comercial, profesional o laboral.
Cámpora, un
odontólogo reconocido en su pueblo natal, había logrado llegar a la legislatura
nacional en el primer gobierno de Perón. Con el golpe perpetrado por la
Revolución Libertadora, en septiembre de 1955, Perón fue derrocado y con él
intervenidos los poderes públicos y las organizaciones sindicales peronistas. A
Cámpora, que se había convertido en un hombre de confianza de Perón, le
esperaba el cadalso, el encarcelamiento y el confinamiento en la cárcel de Río
Gallegos, donde lo trasladaron bajo los cargos de corrupción y malversación de
fondos.
La visita de
Sánchez, apenas Cámpora fue detenido por la Policía Federal, no fue bien vista
por la empresa y el hecho de que lo haya conocido por sus relaciones
comerciales tampoco. Entonces el gerente de la textil de Jáuregui, le transmitió
la inquietud personalmente: No podía trabajar en la empresa si era “amigo de un
corrupto”. Lo echaron.
Sánchez,
desocupado, abrió como pudo su propio negocio. Primero en José C. Paz, después
en General Rodríguez. Con el emprendimiento pudo convertirse en “trapero”, como
le decían afectuosamente sus vecinos, y así logró dar sustento a su esposa y a
sus cuatro hijos.
El destino quiso
que Cámpora fuera electo presidente en marzo de 1973. Llegó con un fuerte apoyo
de la juventud peronista. A Perón, que como buen milico estaba obligado a
conducir al conjunto del movimiento, no le gustó demasiado el grado de
autonomía que ese sector había ganando. Su gobierno duró lo que un suspiro, lo
obligaron a renunciar. “La primavera camporista”, lo llamaron.
Con el golpe de
estado de 1976, Cámpora debió refugiarse en la embajada de México. Enfermo de
cáncer, allí estuvo hasta que logró el salvoconducto necesario para salir del
país. Murió apenas se fue. Su amigo, Francisco Sánchez, expiró de viejo en
Jáuregui en el año 1986.
Han pasado más
de cincuenta años de aquella historia. Algunos de los descendientes de Sánchez
se convirtieron en retaseros, otros diversificaron los negocios o se dedicaron
a otro rubro. Vieron el ocaso de la industria, pero lograron mejorar su situación
cuando el estado reactivó el sector textil en el año 2004. La empresa Flandria
quebró y cerró sus puertas definitivamente en los años ’90; paradójicamente por
responsabilidad del modelo económico, que la compañía había comenzado a apoyar
con la caída de Perón en la década del cincuenta.
Allá, en San
Andrés de Giles, queda la casa de doble entrada que le salvó la vida al ex
presidente, y a la que los militares fueron a buscarlo en los primeros minutos
del 24 de marzo de 1976. En la Argentina, desde hace 10 años, cada 25 de mayo,
además de conmemorarse el aniversario de la Revolución de 1810, se celebra el
aniversario del ascenso de Héctor Cámpora a la Presidencia de la Nación. Fue en
1973, en aquellos días felices.
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