No pudo ser. Si lo que esperaba Jorge Rafael Videla era una nueva
oportunidad para concretar su última arenga, aquella que le dijo hace unos
meses a la Revista Cambio 16, cuando exhortaba abiertamente a tomar las armas para
derrocar a la presidenta Cristina, esa oportunidad nunca llegó. Su tiempo de “revancha clasista” pasó y se
esfumó con el fin de la dictadura cívico-militar que encabezó en su primera
etapa.
Pero Videla no fue su artífice, ni tampoco el ideólogo, mucho menos
el autor intelectual. Fue tan sólo un instrumento, el brazo ejecutor del
proyecto político y económico de los sectores más conservadores y reaccionarios
de la sociedad Argentina, y de un imperialismo norteamericano que veía con
preocupación de qué modo se profundizaban los procesos de movilización popular en
toda América Latina.
Si Videla quiso tener algún grado de autonomía política durante la
dictadura, sólo lo saben quienes lo acompañaron en su aventura. Dos de esos
hombres, Massera y Martínez de Hoz, se llevaron una parte importante de esos
secretos e intrigas del poder a la tumba.
Por ello es imprescindible comprender que, si bien Videla fue uno de
los máximos responsables de los delitos de lesa humanidad cometidos en el país,
y del proceso de desindustrialización y deterioro de la calidad de vida del
conjunto de la clase trabajadora, su
muerte no alcanza para cerrar esa etapa, ya que no fue el único cuadro
comprometido con ese proyecto. Si el
lector tiene en cuenta que durante su estancia en el poder, el proceso militar
desplegó una doctrina de doble faz, una para reprimir a las organizaciones
políticas y sindicales más combativas y otra para controlar los resortes más
importantes de la economía, entenderá naturalmente que la dictadura también
tuvo sus intelectuales orgánicos.
Videla murió, pero quizás el significado más profundo de esa
doctrina todavía pervive en los anhelos de los sectores más concentrados de la
economía. Con su muerte, ese período no ha quedado debidamente cerrado. Sus
mentores todavía controlan parte de esos resortes y tienen suficiente poder como
para provocar desestabilizaciones a la democracia a través de otros mecanismos
y en otros órdenes. La experiencia política de los años ’90 fue un ejemplo.
En ese marco, diciembre de 2001 fue el fin, en términos económicos,
del período iniciado el 24 de marzo de 1976. Si el paradigma neoliberal pudo
cristalizarse, fue porque la dictadura con su política de diciplinamiento
social generó las condiciones para su implementación. De esa etapa de crisis
económica y de hegemonía quedan sus restos teóricos, Domingo Cavallo es uno de
sus pregoneros, detrás de él está el poder económico material y concreto y una
lista interminable de nombres de ese calibre. Y si ello es así, la batalla
contra el ciclo de lucha más duro que le
tocó enfrentar a los sectores populares no ha terminado. Bajo otras formas,
todavía continúa.
1 Comentarios
Hay un hilo conductor de "la doctrina" que une el pasado remoto de la Argentina con el presente (espero que no sea futuro) Es la "masonería" por un lado y el "Opus Dei" por otro. Siempre Argentina fue el tubo de ensayo de sus conspiraciones, que luego aplican en otros sitios (ej. el corralito, ahora de "moda" en Europa).
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