Por Walter Barboza
El “Señorito Iván” humilla a Paco a más no
poder. Lo hace a solas, delante de su familia o delante de sus amigos. Paco vive
con su familia, su esposa (Regula), su cuñado Azarías y sus dos hijos, uno de
ellos una niña chica incapacitada mental, en una pocilga ubicada en el cortijo
(estancia española) de Don Pedro. Se
trata de la finca de una familia de terratenientes, vencedores en la Guerra
Civil Española, que considera cada acto de humillación como un gesto de
reconocimiento y solidaridad con los miembros de esa familia analfabeta que trabaja
de caseros.
El “Señorito Iván”, hijo de Don Pedro, suele venir con frecuencia a la estancia para disfrutar de los días de campo y cazar con sus amigos. Paco lo conoce desde pequeño y ese respeto por el “Señorito Iván” le hará someterse a cada uno de sus caprichos. Por ejemplo: olfatear el piso en el campo como si fuera un animal para detectar el rastro de una perdiz. Iván se vanagloria, delante de sus amigos, de la servidumbre que tiene a disposición. Para el “Señorito Iván”, Paco es casi un animal o mejor que un perro a la hora de colaborar con su deporte favorito. Paco es un derrotado. Un español que perdió en la Guerra Civil de la década de 1930, o acaso el ejemplo del padecimiento y la humillación que sufrieron los campesinos españoles al finalizar la contienda.
El “Señorito Iván”, hijo de Don Pedro, suele venir con frecuencia a la estancia para disfrutar de los días de campo y cazar con sus amigos. Paco lo conoce desde pequeño y ese respeto por el “Señorito Iván” le hará someterse a cada uno de sus caprichos. Por ejemplo: olfatear el piso en el campo como si fuera un animal para detectar el rastro de una perdiz. Iván se vanagloria, delante de sus amigos, de la servidumbre que tiene a disposición. Para el “Señorito Iván”, Paco es casi un animal o mejor que un perro a la hora de colaborar con su deporte favorito. Paco es un derrotado. Un español que perdió en la Guerra Civil de la década de 1930, o acaso el ejemplo del padecimiento y la humillación que sufrieron los campesinos españoles al finalizar la contienda.
Dirigida por Mario Camus, y estrenada en 1984, “Los santos inocentes” es una película
española basada en la novela homónima de Miguel
Delibes. Si bien la historia transcurre en los años oscuros posteriores a
1939, los ecos de esa experiencia llegan hasta nuestros días como el retrato de
una situación que la sociedad quiere recordar para no repetir escenas funestas.
Por caso Luis Miguel Etchevehere, Presidente
de la Sociedad Rural Argentina, debe
explicar ante la justicia por qué razón los hermanos Sergio y Antonio Cornejo
fueron reducidos a un régimen de explotación laboral de servidumbre. Los
hermanos ratificaron a comienzos de este año ante el fiscal Samuel Rojkin su condición de peones
rurales de la estancia La Hoyita,
propiedad de la familia Etchevehere.
Allí llegaron hace 38 años, cuando apenas eran unos jovencitos, para realizar
todo tipo de tareas: desde la limpieza de malezas y alambrados hasta cortar
leña y sembrar trigo, lino y soja. Vivían en condiciones de extrema precariedad.
No tenían luz, agua ni acceso a un baño y cobraban 450 pesos cada uno. La
estancia está ubicada en la localidad entrerriana de Rosario del Tala y allí llegaron
los Cornejo luego del Golpe de Estado
de 1976, quizás porque como en la Guerra Civil Española quienes usurparon el
poder durante el golpe de estado cívico-militar, necesitaban acceder a los instrumentos
necesarios que les permitiera la explotación de los trabajadores sin ningún
tipo de reparo o tapujo.
Al “Señorito Miguel Etchevehere” nadie le comunicó
que la Guerra Civil Española concluyó hace décadas, que Francisco Franco murió en 1975
y que la Dictadura Cívico-Militar
argentina finalizó con la recuperación democrática en el año 1983.
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