Por Walter Barboza
En 1963 Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casáres,
escribieron un cuento que anticipaba los tiempos por venir: “Esse Est Percipi
(Ser es ser percibido)”. A través de la historia, con un claro planteo
ontológico, intentaban caracterizar los cambios que se estaban produciendo en
la sociedad de la época. Visionarios, los dos escritores inventaron un cronista
imaginario al que bautizaron con el nombre de Honorio Bustos Domecq, el que en
una de sus tantas crónicas advierte, a un lector desprevenido, que en el barrio
porteño de Núñez la cancha de River Plate ha desaparecido. Preocupado por el
asunto, Bustos Domecq se entrevista entonces con Tulio Savastano, un
experimentado dirigente del fútbol nacional y un conocedor de los intrincados
caminos del deporte más popular de la argentina, quien luego de narrarle alguna
que otra infidencia sobre el oficio, termina por confesarle a Domecq que el
fútbol profesional había jugado su último partido oficial el 24 de julio de
1934; que todo lo que él veía en los estadios los fines de semana era solo una
puesta en escena: resultados, cuadros, partidos; que todo se había convertido
en un género dramático cuyo destino
final era atender las demandas de la televisión y la radio.
Domecq le pregunta sobre el final de la crónica: -¿Y
si se rompe la ilusión? A lo que Savastano responde: -Qué se va a romper.
Disconforme Domecq le aclara: -Por si acaso seré una tumba. Savastano, quien
agudamente ya comienza a visualizar la emergencia de un nuevo fenómeno en las
comunicaciones de masa, le dice en forma categórica y contundente: -Diga lo que
se le dé la gana, nadie le va a creer (J.L. Borges-A. Bioy Casares, 1963: 133).
¿Sin embargo, hubo en la línea del tiempo un día en
el que la sociedad puso en duda la verdad de los medios de comunicación? ¿Hubo
un momento en el que el sentido, y la verdad proclamada e inobjetable de los
medios de información, comenzaron a perder legitimidad frente a los lectores y
televidentes? ¿Si ello fue así, en qué momento de la historia reciente del
hombre se produjeron las condiciones de posibilidad para esas transformaciones?
¿En qué momento la sociedad inaugura un nuevo pensamiento para dejar atrás a
otro?
En la historia de las ciencias humanas, hubo rupturas
y discontinuidades. Cambios profundos en la episteme
que motivaron nuevas formas de pensar, comprender, construir e interpretar
la realidad. Un ejemplo de ello, en la historia del nacimiento de las
prisiones, fue el paso del sistema del suplicio sobre los cuerpos de los
reclusos, a las sociedades disciplinares y de control panóptico (M. Foucault,
2008). Un cambio en la mirada jurídica y la elaboración de una tecnología
política de poder aplicada primero con el castigo corporal, luego con el
encierro. En síntesis: una verdadera anatomía política del detalle.
La historia de esas discontinuidades nos puede
remitir, quizás, a las primeras experiencias realizadas en 1964 por el
científico Paul Baran, quien había recibido un importante encargo de la RAND
Corporation, el think tank científico de la defensa norteamericana, para
“describir qué estructura debían de tomar las comunicaciones de datos para
sobrevivir a la primera oleada de un ataque nuclear soviético (D. Ugarte,
2007)”. Baran describe entonces las distintas formas posibles de constituir una
red: la primera, y más riesgosa, bajo la forma de la centralización de la información, localmente peligrosa porque su
destrucción implicaría dejar sin efecto las comunicaciones de datos; una descentralizada, que si bien protegía a
una buena parte de esos datos dispersos en otros nodos, los dejaba virtualmente
incomunicados a unos de otros, y finalmente la red “distribuida” que fue
diseñada para evitar que los nodos quedarán desconectados entre sí, si eran
afectados por algún tipo de ataque (D. Ugarte, 2007).
Pero su antecedente más antiguo explica de qué manera
el poder es constitutivo del saber y cómo el dominio de la tecnología (Techné), entendida como la facultad de poseer una
pericia o habilidad empírica mental o material para intervenir sobre la
naturaleza (E. Cáceres Fernández, 2000), contribuye a superar el sistema de
postas, y el telégrafo, como formas exclusivas para el control y el monopolio
de la información. Con la invención del sistema de redes descentralizadas,
“vivimos la aparición del pluralismo y la democracia representativa universal,
del sistema de agencias de noticias y periódicos moderno, de las
multinacionales y del estado federal (D. Ugarte, 2007)”.
Es entonces que cada formación histórica ve y hace
ver todo lo que puede, en función de sus condiciones de visibilidad, al igual
que dice todo lo que puede en función de las condiciones de enunciado (G.
Deleuze, 2015). Es la tecnología, la
que establece las condiciones de posibilidad para el surgimiento de nuevas
miradas respecto de lo social y lo político.
Ahora bien esas rupturas, esas transformaciones
tecnológicas, comprendiendo a estas como el paso de unas tecnologías más
elementales como la palabra, la escritura, la imprenta y otros dispositivos
propios del siglo XX, han contribuido fuertemente a un cambio en el escenario
de las luchas por la apropiación del saber. Y eso ha ocurrido a partir de la
emergencia de un tipo de tecnología más avanzada: el surgimiento de las redes
en sus formas más sofisticadas y su impacto en la vida cotidiana; porque
fundamentalmente siempre la tecnología es “social”. Allí, como en la propia
historia de sus antecedentes, la interacción permitió la construcción de nuevas
formas discursivas, puntos de vista, lemas, formas de relacionarse y
comportarse, en el marco de expectativas personales y colectivas (R. Williams,
1992).
Internet, entonces, es más que Internet. Es a decir
de Castells “un medio de comunicación, de interacción y de organización social”
que constituye en la sociedad de la información una sociedad de nuevo tipo: la
“sociedad red”.
Sin embargo esa disputa por el dominio de los
saberes, y la construcción de la verdad, tiene algunos límites: las biografías
y recorridos de los usuarios de las redes. Es decir la pericia necesaria para
saber dónde está la información, cómo buscarla, cómo procesarla, cómo
transformarla en conocimiento. Pericia que encuentra niveles de complejidad y
de desigualdades en el acceso y uso de Internet y las redes, a partir del
origen social, familiar, el nivel cultural y educativo (M. Castells,
2002).
A pesar de ello, y en marco de las crisis políticas y
de representación que han sufrido los partidos políticos –pensemos sólo en el
caso de argentina con la UCR y el PJ y la crisis de hegemonía del año 2001-,
Internet se ha constituido en el espacio por excelencia para el debate, la
organización, la movilización y la lucha por el poder. Un ámbito en el que hay
una interacción entre el espacio exterior, el afuera, y el interior: las redes
inscritas en un proceso de construcción de movimientos sociales o acciones
políticas que van de lo local a lo nacional y de allí al mundo. Un universo donde las verdades de los medios,
el discurso político, el dominio por un saber, se encuentra en plena tensión.
Facebook Twitter, Instagram, Youtube, Tumbr, el
sistema de bitácoras (blogs), entre otras redes de texto, fotografías y videos,
han visto transformadas sus funciones originales, el contacto con amigos y
familiares, en verdaderos escenarios, o campos de batalla, donde transcurre la
política diaria. Será que “la sociedad modela a Internet”, y no a la inversa,
como asegura Castells. Es claro, entonces, que las tecnologías por sí solas no
generan transformaciones políticas, sino que son las redes y las prácticas
sociales las que le dan un nuevo significado y en las que las funciones
originarias, las de la amistad o el interés común por distintos temas,
revitalizan la posibilidad de emplearlas para otro tipo de acciones. Esas acciones
tienen, en muchos casos, un profundo contenido político. Aunque no en el
sentido tradicional, ya que no se plantean proyectos a largo plazo, o el
objetivo de organizarse en una fuerza política específica (R. Rueda Ortiz,
2004). Puede que solamente estén unidos para la toma de decisiones
coyunturales, que no necesariamente implican articulaciones políticas por
afuera de las redes sociales y a largo plazo. Quizás porque un rasgo distintivo
sea la tensión entre singularidad y la multiplicidad. Lo que implica que en
ciertos momentos, esos movimientos coyunturales se articulan y desarticulan una
vez alcanzado un objetivo.
En tal sentido los foros, que conforman los
militantes de las organizaciones de la sociedad civil, personas ajenas a la
vida política militante, vecinos comunes y corrientes, construyen identidades a
partir de los valores que ponen en juego en esos espacios. Valores compartidos
en el corto, mediano o largo plazo por fines específicos en los que la espesura
de la discusión, condiciona la existencia de la continuidad de la agenda en el
tiempo. Es por ello que las tecnologías funcionan como “agenciamiento cultural”
y un modo de desjerarquizar las formas tradicionales de la organización
política. Nadie manda a nadie y hay una fuerte resistencia al tipo de
organización piramidal (R. Rueda Ortiz, 2004). Son redes dinámicas en las que
el saber circula de un punto a otro y se desenvuelve en el marco de las
repercusiones que genera, de las contradicciones que desnuda.
Ya no están los ignorantes de un lado y los sabios
del otro, puesto que las relaciones de poder son microfísicas, estratégicas,
multipuntuales, difusas y van de un punto a otro de la red, produciendo una
disputa por la apropiación del saber, produciendo realidad, produciendo verdad
(M. Foucault, 2012).
No deberían pasar desapercibidas las palabras del
presidente de Cuba, Raúl Castro, quien en su discurso en la Asamblea de la ONU
de 2015 dijo que desde la primera meta que se trazara la organización de
preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra y edificar una
nueva forma de relaciones que favoreciese la paz y el desarrollo, muy por el
contrario, los conflictos no hicieron más que multiplicarse. “Desde entonces
han sido constantes las guerras de agresión, la intervención en los asuntos
internos de los Estados, el derrocamiento por la fuerza de gobiernos soberanos
y los denominados ‘golpes suaves’”, señaló Castro, y aseguró que resulta
inaceptable la militarización del ciberespacio y el empleo encubierto e ilegal
de las tecnologías de la información y las comunicaciones para agredir a otros
Estados”.
Una aseveración que confirma que existe un nuevo
escenario de disputa, cuya configuración da cuenta de las nuevas modalidades en
la lucha por el poder. Los rasgos distintivos de los conflictos clásicos,
golpes de estado, intervenciones militares, han devenido en campañas de prensa
on line, foros en las redes sociales, convocatorias a movilizaciones callejeras
y jornadas de protesta, entre otros dispositivos. Una cuestión que preocupa a
los estados nacionales, por su propio equilibrio político y social interno,
ante la presencia y amenaza permanente de los denominados golpes de estado blandos descritos por Gene
Sharp.
Bibliografía
-Feinmann,
José Pablo (2008). La filosofía y el
barrio de la historia, Editorial Planeta, Argentina.
-Borges, J. y Casares
Bioy (1969), Crónicas de Bustos Domecq,
Editorial Losada, Argentina.
-Foucault, Michel
(2008). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”, Editorial Siglo
XXI, Argentina.
-Deleuze, Gilles (2015).
Foucault, Editorial Paidós,
Argentina.
-Foucault, Michel
(2012). El Poder una bestia magnifica,
Editorial Siglo XXI, Argentina.
-R. Rueda Ortiz (2004). Ciberciudadanías, multitud y resistencias, en Ciberespacio y resistencias, Territorios en disputa.
-Castells Manuel (2002). Internet y la sociedad red, Lección inaugural programa de doctorado sobre sociedad de la información.
-Williams Raymond (1992), Historia de la comunicación, Editorial Bosc II Comunicación.
-Ugarte David (2007), El poder de las redes, en El correo de las indias.
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