¿Habrá pasado de moda la verdad, interrogante
que fuera la preocupación de gran parte de la filosofía desde el mundo antiguo
presocrático, pasando por todas las corrientes de pensamiento medievales a la
filosofía moderna y contemporánea, por establecer que era aquello que se nos
constituía como verdadero a los ojos, o acaso en las profundidades de lo
molecular o lo atómico?
Si la respuesta al interrogante
inicial es taxativamente «sí», ¿acaso tiene algún sentido para las ciencias en
general, continuar indagando sobre el mundo circundante? Y si ello es así,
indefectiblemente, ¿a partir de qué centralidad podemos entender el mundo que
habitamos, hoy mayo de 2016?
Cuenta el periodista argentino, Horacio Verbitsky, que en su edición del
viernes 20 de mayo de 2016 el diario Washington
Post, publicó una columna sobre lo que llamó en «mundo post fáctico»; una caracterización de la sociedad en la que «el
público ni siquiera se preocupa por saber si los hechos que se le presentan son
verdaderos» (Verbitsky, Horacio 2016). En ese mundo, habría «una tendencia general
a creer en los supuestos hechos que confirman las opiniones preexistentes y
desechar aquellos que las contradicen».
Pero la columna del periodista ofrece
más ejemplos, cuando detalla que otra publicación estadounidense, la revista New Yorker, señala por medio de su
periodista Jill Lepore, «que la
enorme cantidad de datos disponibles vuelve a las personas cínicas respeto de
la verdad misma. Con tantas fuentes de información disponibles, es mejor
suponer que son todas erróneas. Si la verdad está pasada de moda, si vivimos
realmente en un mundo post fáctico, no hay ningún motivo para que los
mentirosos se avergüencen» (Verbitsky 2016).
A fines de la década del ochenta
y principios de los años 90, una corriente de pensamiento que involucró una
perspectiva filosófica, estética, política e ideológica, ganó espacio en
medios, revistas y, fundamentalmente, en el discurso político: “el
posmodernismo”. Jean Francois Lyotard,
uno de sus exponentes más claros, explicaba en su libro la «Condición posmoderna», que la ciencia se
encontraba en una etapa de descrédito a propósito de la supuesta neutralidad,
desinterés y asepsia con la que desarrollaba sus investigaciones, en el curso
de su historia, para dar una descripción objetiva de lo que acontecía. Lyotard ponía el acento en el desarrollo
de las nuevas tecnologías y en los modos en los que ella afectaba el discurso
de la ciencia, generando condiciones para la manipulación del saber por parte
de los usuarios, diluyendo así los núcleos de referencia del saber -sus
portadores-, que si bien siguen siendo los sujetos, ahora ese saber-poder se
descentraliza en términos administrativos (Oñate María-Brais Arribas, 2015).
Este fenómeno hubiera puesto en
crisis al mismísimo Ludwig Wittgenstein, y al Círculo de Viena, quien pasó en el
Tractatus logico-philosophicus de
posiciones extremadamente lógicas, al subrayar en el marco de una teoría
referencialista del lenguaje que «el significado de una palabra es el objeto
que refiere» (Wittgensteina, L. 1923), a consideraciones mucho más flexibles
respecto del uso del mismo, al sostener en «Investigaciones
filosóficas» que «nombrar algo es semejante a fijar un rótulo en una cosa»,
pero que las palabras se inscriben en un juego
de lenguaje en el que las funciones del mismo están condicionadas por un
contexto y las personas. Es decir «el significado de una palabra es su uso en
un lenguaje» (Wittgenstein, Ludwing 1953).
En efecto, si a comienzos del
siglo XX la rigidez del lenguaje, las palabras, las oraciones o los enunciados,
eran los rasgos característicos para que el saber fuera aceptado por la
sociedad como válido y en condiciones de ser sometido a verificación, para
establecer de este modo la verdad o falsedad de un enunciad y así representar
la realidad, la sociedad de la información se funda a partir de la negación y
el rechazo de cualquier tipo de enunciado que refute a aquellas verdades constituidas,
a partir de ahora, sólo por el prejuicio.
Por ejemplo: hay en circulación
en las redes sociales un enunciado del tipo «La presidente Cristina Fernández de Kirchner, no tiene título de
abogada. Su título nunca lo obtuvo porque no rindió todas las materias en la
Facultad de Derecho de la UNLP». Este enunciado, que tan solo comenzó como
un rumor del cual se desconoce su origen, con el correr de los meses pasó de un
rumor, cuando no de un chiste de mal gusto, a un mito y de ahí a una verdad
irrefutable.
El caso pasó por las manos de
tres jueces federales, dos camaristas y nueve fiscales, y fue motivo de la
investigación periodística de Omar Lavieri, Walter Curia, Laura Di Marco y del
sitio Chequeado.com. Todos coincidieron
en que «CFK se recibió en 1979. Lo hizo el 1º de octubre de ese año rindiendo
Derecho Internacional Privado. Recibió el título el 10 de diciembre de 1979,
según consta en el acta 710, folio 237, libro 74 de la Universidad Nacional de
La Plata (UNLP). Y en un acto administrativo en el que en la misma página, se
encuentra el acta 709 de Elsa Noemí González, quien se recibió de farmacéutica,
y el acta 711 de César Gabriel Di Pascual, quien también consiguió el título de
abogado», (Diario Página 12, 2016).
Ahora bien, la validez del
enunciado que refiere al título de abogada de la presidenta mandato cumplido es
clara, pero también es clara la falsedad del mismo, ya que hay una importante
cantidad de documentación que acredita el cumplimiento de su formación
académica en la UNLP. Y sin embargo ello no es suficiente para que en las redes
sociales el mito se acreciente, el descrédito se afirme y la mentira se
alimente.
Ya no alcanza con la publicación
de su analítico, la certificación de su título, el testimonio de profesores, la
validez de sellos y firmas, la palabra de las autoridades competentes o la
decisión de la justicia de desestimar la última denuncia presentada por el
abogado Ernesto Reggi. Si la verdad ha pasado de moda, cualquier intento por
verificarla para terminar con las calumnias y las injurias, será en vano. En
pleno siglo XXI, la disputa por la verdad se asoma como una batalla,
momentáneamente, perdida.
Notas:
-María Oñate, Brais Arribas: “Postmodernidad, J.F. Lyotard y Gianni
Váttimo”, pag. 44, Editorial Bonalletra Alcompas S.L, Buenos Aires, 2015.
-Wittgenstein, Ludwig: “Investigaciones
Filosóficas".
-Diario Página 12, edición digital del http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-300010-2016-05-23.html
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