El estatus ético
y moral de una sociedad, se mide por aquello que no está "reglado",
por aquello que no se explicita como norma escrita. Si, por ejemplo, un cartel
reza: "prohibido arrojar basura" o “prohibido hacer ruidos molestos”,
esos carteles están dando cuenta de que se trata de una sociedad cuyos
integrantes carecen de una clara conciencia sobre las implicancias que tienen
cierto tipo de conductas y acciones nocivas para el resto de la comunidad. Con
lo cual, se entiende, para evitar la posibilidad de que ese tipo de conductas
se transformen en una práctica cotidiana, es necesario explicitar determinadas
reglas de comportamiento para encauzar los hábitos.
En ese marco, el
asunto Lázaro Báez y su relación con la financiera SGI, tan difundida por estas
semanas en medios de información y redes sociales, invita a realizar algunas
consideraciones de las prácticas que allí se ponen en juego. Si en una sociedad
“X”, los delitos económicos, como el de la evasión impositiva que resulta de no
declarar la posesión de bienes y dinero, están penados por la ley, ello
significa que existe en el imaginario de una amplia porción de esa comunidad la
posibilidad de cometerlos.
En Argentina, es
posible leer con regularidad muchas “reglas escritas”, quizás muchas más que
aquellas acciones que no están "regladas", que permiten describir un
tipo de sociedad cuyos valores pueden ser constituidos, y respetados, sólo a
partir de la presencia amenazante de la “norma”.
Sin entrar en
comparaciones odiosas, ya que algunas sociedades no necesitan que sus
gobernantes y funcionarios instalen carteles en la vía pública para que la
gente sepa que no se puede “arrojar
basura” o “provocar ruidos molestos”, para el análisis de la ética con la cual valoramos al conjunto de acciones
de la vida cotidiana, da lo mismo la evasión de impuestos por millones de
dólares, que “salivar” donde no es debido, que “tirar basura” donde no
corresponde o “hacerse el distraído” en el ómnibus para no darle el asiento a
un anciano, un niño o una dama.
En tal sentido,
es claro que el "colectivo social", y su respectiva ética ciudadana,
debería construirse partiendo de los comportamientos más elementales y básicos
a las grandes complejidades de la sociedad de la información. Cuando un cuerpo
social dado, no necesita apelar a la lectura de carteles para saber que no se
puede arrojar basura en la vía pública, evidentemente
ese cuerpo social está integrado por un ciudadano -para utilizar una categoría
del agrado de la pequeña y mediana burguesía- en cuyo pensamiento, o matriz
cultural, no cabe bajo ningún punto de vista la posibilidad de llevar adelante acciones
de ese tipo; pues no existe en su mentalidad, pensamiento racional y concreto,
y tampoco en el espacio de la fantasía, alguna señal que indique lo contrario.
Kant distinguía
entre dos formas de la moral: el imperativo categórico y el imperativo
hipotético. El primero nos indica qué hacer: “debes hacer X”; o bien en su
forma negativa: “no debes hacer X”.
Ahora bien, Kant aclaraba que la segunda forma de los imperativos, el hipotético, nos puede conducir a un
engaño, si es que el sujeto, por ejemplo, decide cometer un delito no porque
exista un imperativo del tipo “no robarás”, sino por el temor a quedar detenido
por la justicia.
En ese panorama,
si existe caso alguno de persona exenta de llevar adelante una vida por afuera
de la doble moral, un puro de toda
pureza, que arroje la primera piedra. Periodistas, dirigentes políticos,
vecinos comunes y corrientes lo están esperando.
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