Por Walter Barboza
La paradoja de la soberanía, constitutiva de los estados
modernos, se enuncia del siguiente modo: El soberano está fuera y dentro del
ordenamiento jurídico al mismo tiempo, puesto que al soberano se le reconoce el
poder de suspender la ley y situarse por afuera de la misma para luego decir al
resto de los súbditos de su poder que “no hay un afuera” de la ley (Agamben,
2006).
Esta idea, como señala Agamben, fundada en el derecho romano
arcaico, permite replantear la noción misma de libertad; ¿Por qué razón? porque
ha comenzado a formar parte de cierto saber vulgar, la creencia injustificada
de que en una democracia moderna las personas pueden hacer lo que quieran, ya
que nacen libres, en países libres y soberanos.
En estos días de pandemia hemos visto, en el caso argentino,
cómo un preparador físico agredía a golpes a un trabajador de seguridad, cuando
este le pedía que cumpliera con la cuarentena, invocando su derecho a moverse
como quisiera; también hemos visto cómo turistas desaprensivos se trasladaban
de una ciudad a otra buscando solaz y esparcimiento, pero eran impedidos de
ingresar por los pobladores de algunas de las ciudades que eran visitadas; o
bien cómo un grupo de turistas, varados en el exterior, exigían bajar del avión
de Aerolíneas Argentinas que los mantenía retenidos esperando hacer los
controles sanitarios de rigor.
El conjunto de estas personas creía, en su fuero íntimo, que
la cuarentena fijada por el gobierno nacional estaba por afuera de sus
derechos: el derecho a moverse de un lado a otro, dentro de sus zonas de
influencia y también en otras de mayor alcance. Quizás porque aún no han
comprendido la verdadera dimensión de los efectos mortales del Coronavirus, o
quizás porque poco les importa la existencia del “otro” como presencia de un
semejante; lo que evidencia una falta de compromiso ante el dilema ético que se
nos plantea a la hora de decidir romper con una medida de esa envergadura que
fue pensada para proteger a la comunidad en su conjunto.
La idea equivocada de que cada uno puede invocar el principio
de la libertad, para explicar que con su libertad es libre de hacer lo que
quiera, confronta con el espíritu con que las leyes, normas y prescripciones
fijan el ordenamiento jurídico y político en un estado nación.
Es cierto, se es libre en un estado moderno y democrático,
pero se es libre en tanto y en cuanto cada uno de nosotros se ajusta al sistema
de normas, leyes, reglas y prescripciones que capturan y regulan la vida;
fundamentalmente si recordamos, como ya lo dijo el soberano, que “fuera de la
ley no hay nada”.
Se podría haber impuesto el criterio de implementar el estado
de sitio, estado de excepción o toque de queda, figuras mucho más
controvertidas para la historia política argentina, pero sin embargo el estado
nacional apeló a la construcción de un enunciado que contuviera tres nociones
que no dejaran lugar a dudas respecto de las verdaderas razones de la norma y
la naturaleza del problema: “el aislamiento social obligatorio”.
Es una falacia aquella sentencia que reza que “la libertad de
cada uno termina donde empieza la de los demás”. La libertad, toma forma a
partir de los límites y alcances que fija la norma; la cual, citando a Kant,
tiene un carácter necesario y universal: es decir que es así y no puede ser de
otra manera y vale para todos los casos.
Es precisamente este carácter necesario y universal, el que
involucra a todos los miembros de una sociedad dentro de la norma. Pero como la
norma, también, tiene un carácter social y se caracteriza por poseer una
dinámica que no se ajusta a las leyes de las ciencias formales, tiene
excepciones: es decir los que “sí” están autorizados a salir de sus casas para
contribuir, paradójicamente, con el cumplimiento de la cuarentena.
No deberíamos entrar en pánico, ante la emergencia de los
dispositivos de seguridad a los que apela el estado para tratar de aislar la
enfermedad provocada por el coronavirus. Alguien por allí sugirió que los
controles policiales y la interpelación a los vecinos a regresar a sus casas y
aislarse, que se hizo a través de los altoparlantes de los móviles de
seguridad, se asemejaban a la idea del estado de sitio. Sin embargo, Foucault
nos recuerda en “Historia de la Locura en la época clásica”, de qué manera los
leprosos, los sifilíticos y los locos, eran confinados en espacios físicos
alejados de los grandes centros urbanos en la Francia del 1547 (Foucault,
2008). Con recursos menos sofisticados, más rudimentarios, a veces más
inhumanos, se separaba a los supuestos indeseables de las supuestas condiciones
de normalidad de la vida francesa.
En este contexto vale la pena traer a colación la noción de
«biopolítica», que en Foucault juega un papel preponderante en la
interpretación de la relación que existe entre salud, vida, política y estado.
Para el pensador francés implicaba «la entrada de los fenómenos propios de la
vida de la especie humana en el orden del saber y del poder, en el campo de las
técnicas políticas».
Sin embargo, a diferencia de Foucault, el concepto de
“biopolítica”, asegura Tomás Lemke, “supone la abstracción de la «vida» de su
soporte sustancial. Los objetos de la biopolítica no son existencias singulares
humanas, sino sus atributos biológicos que se formulan por medio de estudios a
nivel de la población” (Lemke, 2017).
A partir de estas técnicas es posible definir normas, fijar
estándares y establecer valores promedio; convirtiendo a la «vida» en una
medida independiente, objetiva y mensurable y en una realidad colectiva que
“pueda ser remplazada por seres vivos concretos y por la particularidad de
experiencias de vida individuales”.
Mal que nos pese, la puesta en vigencia de distintos
dispositivos para regular la vida están en la génesis de los estados modernos.
Capturar la vida, para ordenarla, administrarla y orientarla, parece ser la
función esencial de las tecnologías de poder. El Coronavirus viene a confirmar
que la centralidad de los controles sanitarios tiene como función esencial la
administración de las enfermedades y la regulación de los cuerpos para el
mantenimiento del sistema.
Esta hipótesis puede ser reforzada con el siguiente ejemplo:
tanto en España, como en Italia, el avance de la pandemia superó la
infraestructura hospitalaria dispuesta por los gobiernos de esos países. Los
distintos cuadros provocados por la enfermedad, se fueron organizando sanitariamente
en el siguiente orden: los adultos mayores con cuadros más agudos fueron
asistidos en terapia intensiva por medio de respiradores artificiales; los
cuadros de menor complejidad fueron a parar a salas comunes y devueltos a sus
casas una vez recuperados; los más pequeños, que no configuraban población de
riesgo no sufrieron los efectos del virus; pero curiosamente los problemas
comenzaron cuando en ambos países empezaron a detectarse distintos casos en la
población de edad media, es decir los que se ubican en la franja que va de los
treinta a los cuarenta años (Clarín, 2020).
El crecimiento acelerado de los casos colapsó el sistema
sanitario y obligó a las autoridades gubernamentales a tener que optar entre
jóvenes y viejos para decidir a quién asistir y dar vida en unos hospitales y
clínicas imposibilitados de recibir a tantos enfermos.
Ahora bien ¿cuál se supone que puede ser el criterio de
selección en esos casos? La respuesta parece ser clara y evidente: a quienes se
constituyan en garantes de la continuidad de la especie, la continuidad de la
etnia, la continuidad de determinados grupos sociales. En todo caso los más
jóvenes son la garantía de la sociedad tal y como la conocemos; los que pueden
asegurar la reproducción de una comunidad en todos sus órdenes y formas.
Los relatos más antiguos que conocemos sobre la cuarentena en
la historia de la humanidad, nos sitúan en varios pasajes de la Biblia: en el
Levítico 13:31; 13:46; y en Números 5:2; 12:14-16; 5:2-3. En todos los casos,
unos 900 años antes de Cristo, los habitantes del mundo antiguo expresaban
claramente, mediante el libro sagrado, la necesidad de aislar por un tiempo a
los “leprosos” e “impuros”.
Contrariamente a lo que piensa Byung-Chul Han, cuando afirma
que “aunque tengamos miedo a la pandemia gripal, no vivimos una época viral”,
contexto que se lo atribuye al desarrollado de las técnicas inmunológicas
elaborada por la investigación científica, un virus nuevo vino para quedarse
entre nosotros; un virus que, además, agudiza su tesis central de que en lugar
de una época viral, vivimos en una época neuronal, en la que las nuevas
patologías sociales como la depresión, el trastorno por déficit de atención por
hiperactividad, el síndrome de desgaste ocupacional, son el resultado de lo que
Han llama la “sociedad del rendimiento”; una sociedad en la que el tele trabajo
es su rasgo más significativo: a pesar de la pandemia y el encierro debemos
trabajar en lo que podamos desde casa, en el horario que podamos, las veces que
sean necesarias, para atender las demandas de la compañía o el sistema en
general (Han, 2012).
Más allá de las hipótesis de conflicto que subyacen a la
emergencia del coronavirus, complejas de demostrar por la vía de la
documentación, algo del vaticinio de las películas de ciencia ficción que
abundan en las plataformas de digitales de cine se cumple, aunque como reza el
dicho popular ahora la realidad parece superarla.
Notas y fuentes:
Agamben, Giorgio; Homo Sacer, El poder soberano y la nuda
vida; Giulio Einaudi Editore;
Pre-Textos, España, 2006.
Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica;
Fondo de Cultura Económica, México, 2008.
Lemke, Thomas, Introducción a la biopolítica, Fondo de
Cultura Económica, México, 2017.
Han Byung-Chul, La sociedad del cansancio, Editorial Herder,
Barcelona, 2012.
Diario Clarín, edición digital del mes de marzo de 2020, en
la siguiente dirección:
https://www.clarin.com/mundo/coronavirus-italia-confirman-declaraciones-medico-masacre-ancianos-_0_KTlbdnca.html
1 Comentarios
Ceramic vs Titanium Flat Iron | TITaniumArts
ResponderEliminarTitanium. - $35.00. - $55.00. - $75.00. - $55.00. - $77.00. - $81.00. - $81.00. - $81.00. - $87.00. micro touch titanium trim where to buy - $82.00. - $87.00. - $84.00. - $93.00. - titanium razor $84.00. - $85.00. - $87.00. - $87.00. - $89.00. titanium gr 2 - $85.00. - $85.00. - $85.00. - $87.00. price of titanium - titanium mug $87.00. - $85.00