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De los dispositivos de control social, el autocontrol y la sociedad del rendimiento



Por Walter Barboza

Ciudades cuasi militarizadas, cámaras de seguridad por doquier, vigilancia privada, sujetos constituidos en elementos sospechosos según su origen, aspecto físico, o forma de vestir; son los rasgos distintivos de las grandes ciudades en la modernidad, si es que esta como ideario político, jurídico y social logró constituirse alguna vez. Su excusa: bregar por la seguridad ciudadana. Su objetivo político, y aquí podemos aventurar una hipótesis, refinar los mecanismos de control social que, en tiempos de crisis económica y dominio del capital concentrado y financiero, son necesarios para mitigar la posibilidad de cualquier experiencia política alternativa. Su efecto más directo: la pérdida de la intimidad que el habitante de las grandes ciudades, había logrado durante el desarrollo industrial, la concentración urbana y la conformación de la sociedad de masas. El anonimato que el sujeto había logrado al interior de ese conglomerado, en una suerte de traslado de la experiencia del ámbito privado al público, ha quedado violentado por el dispositivo tecnológico. Si el sujeto antes pasaba desapercibido por haber quedado diluido en la masa, ahora se lo reconoce desde el mismo momento en que ingresa al subterráneo o al transporte público en el que viaja con frecuencia.  

Un centro de control y monitoreo por TV, permite hacer un recorrido por un avenida cualquiera. El teleobjetivo de la cámara de vigilancia (zoom), se acerca lentamente para seguir a un sujeto cualquiera. Lo sigue hasta que lo pierde de vista, no sin antes dar paso a la cámara siguiente, ubicada en una calle contigua. En esos escasos minutos, el observador podrá ver con nitidez la cara del transeúnte y hacer un reconocimiento fácil y de control biométrico para luego cotejarlo con una base de datos de personas en conflicto con la ley[1].

Sin embargo, nadie quedará exento de las horas de grabación que se irán guardando diariamente para anticipar cualquier situación conflictiva. El panóptico, sofisticado en extremo, mejora aquellos mecanismos de control sobre los que escribiera Orwell en “1984”[2], amplía y perfecciona la mirada sobre las sociedades disciplinarias que describiera Foucault en “Vigilar y Castigar”[3], consagra la noción de biopolítica mencionada por el propio Foucault en otros trabajos y desarrollada por Agamben años más tarde[4].

Amantes clandestinos, parejas infieles, fumadores ocasionales de marihuana, menores de edad consumiendo alcohol, vendedores callejeros, buscavidas en general, quedarán bajo el control ocular del operador de turno. Si lo público, sin pretenderlo, había convertido el mundo exterior en un verdadero refugio para preservar el anonimato de la personas; los dispositivos electrónicos se encargan de hacernos saber que nuestra tarjeta SUBE[5] da cuenta de nuestro itinerario diario, del mismo modo que el celular escucha nuestra conversaciones y entiende de nuestros deseos y pasiones.

Salvo nuestro fuero más íntimo, el pensamiento al que por ahora nadie puede acceder, el resto de nuestras vidas están pedagógicamente controladas. Nada queda por afuera de la mirada del observador, incluso él mismo que se sabe controlado por otra cámara de seguridad distinta a la que él controla, pero que es útil para controlar sus movimientos en su jornada de trabajo. Se cierra el círculo: el control social es la aporía de la cual quién controla al resto no puede escapar; para poder controlar necesita estar por afuera del dispositivo de control, pero para poder dar fe del control que ejerce necesita ser controlado, es decir estar adentro.

El interrogante, parafraseando a Agamben, es el siguiente: ¿Hay algo por afuera del control del dispositivo? ¿Acaso el control está por afuera de sí mismo? En el Homo Sacer, Agamben señala que la paradoja de la soberanía implica el estar dentro y fuera de la ley: “La ley está fuera de sí misma, o bien: Yo el soberano, que estoy fuera de la ley, declaro que no hay afuera de la lee[6]. El soberano que tiene la el poder de suspender la ley, se ubica por afuera de ella para poder dar cumplimiento de ella. Es una suerte de proceso de exclusión inclusiva en la que su expresión más precisa es el estado de “excepción”.

Como en el estado de excepción, quien controla el cumplimiento de las normas es excluido, pero se lo incluye desde el momento en que controla los dispositivos con los que, paradójicamente, es a su vez controlado.

¿Acaso los mecanismos de control social, dispuestos estratégicamente como cámaras de seguridad que evocan al vigía controlando la zona de frontera o el interior del presidio, es un intento de encerrar el afuera? Podría sugerirse que sí y aventurar la hipótesis de que lo que se intenta es interiorizar el mundo externo, capturándolo para controlarlo y moldearlo para el estricto cumplimiento de la norma[7].

Las cámaras de seguridad son el dispositivo más refinado que la sociedad ha inventado para su control y su autocontrol, seguidas de las tecnologías informáticas que permiten un rastreo sobre el suelo virtual.

En la calle, es el teleobjetivo el que permite la cercanía y la identificación; la observación minuciosa cual científico evalúa el comportamiento de los microorganismos. En el trabajo, es el software el que controla el rendimiento del empleado que, a distancia -incluso desde su propio hogar-, puede cumplir con las exigencias de la empresa en la que trabaja y en horarios poco convencionales. Es el doble juego del control y el autocontrol. O bien la sociedad retrasa, imponiendo un modelo de control superado por algún aspecto esencial del dispositivo tecnológico, o bien convive con ambos modelos.

Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano más reconocido del último lustro, avanza un poco más allá de la idea de las sociedades constituidas a partir del disciplinamiento y el de la mirada biopolítica. En su ensayo, denominado La sociedad del cansancio, sostiene que la sociedad que describió Foucault, caracterizada por la fuerte presencia del instituto psiquiátrico, el hospital, las cárceles, los cuarteles y las fábricas, no se corresponde con el presente en el que abundan las torres de oficinas, los bancos, las financieras, los centros comerciales y los laboratorios genéticos. Más que una sociedad carcelaria y de control, el mundo en el que vivimos tiene como rasgo distintivo lo que Han denomina la sociedad del “rendimiento”. En ella el sujeto de rendimiento es el emprendedor de sí mismo; los proyectos, las iniciativas y la motivación personal, lentamente sustituyen la necesidad del control de lo prohibido[8]. Cada uno es libre de emprender su propio proyecto, lo que equivale a decir que cada uno deberá controlar y supervisar el cumplimiento de sus propias iniciativas o modalidades de trabajo. La tarea a distancia es un ejemplo de ello.

Se trata de una época cargada de positividad en la que el “emprendedurismo”, neologismo impuesto por las grandes usinas de las corporaciones transnacionales, como una guía para los espíritus inquietos y ávidos de ganar dinero, será la clave para lo que, como contrapartida a la idea de Han, esas usinas definen como “meritocracia”.

Sociedad del rendimiento, o meritocracia, son las dos caras de una misma moneda, aunque ésta última noción obtura la posibilidad de ver que el punto de partida, en la sociedad de la meritocracia, nunca es igual para todos y que el mérito acaso es el resultado de un proceso de acumulación que, en ocasiones, no depende de uno mismo sino de lo que la sociedad haya dejado como herencia material, política, cultural y social. 

La falacia de la meritocracia justifica los fracasos personales, los que derivan en depresiones, trastornos de ansiedad, trastornos de déficit de atención con hiperactividad, síndrome de desgaste ocupacional, entre otros patologías que definen lo que Han denomina la violencia neuronal[9]. De este modo, la sociedad del rendimiento, niega que el fracaso sea el resultado de la constitución de un modelo de sociedad y pone el énfasis de las frustraciones en el sujeto individual, nunca en el sistema. Y mucho menos deja brechas para la posibilidad de construcciones colectivas alternativas a esos modelos, ya que bien pronto se pueden ver calificados de comunistas o socialistas.

En la década del ’70, las dictaduras militares en América Latina estuvieron orientadas a detener el avance de los proyectos políticos emancipadores y críticos del capitalismo como tal. En su carácter de ensayo social, fueron la maquinaria con la cual los mecanismos de control poblacional se explicitaron con mayor claridad, crudeza y efectividad. Pero entrados los años ´80, la experiencia dio cuenta de que era imposible para una sociedad soportar durante muchos años los efectos de la represión social, política y cultural. Fue entonces que las instituciones de control, diseñaron mecanismos más sofisticados para el encauzamiento de la conducta social y en ese marco las TICs pueden ser un buen ejemplo de las prácticas alienantes que caracterizan el presente.

Gramsci, en una visión original del marxismo occidental, postuló el concepto de hegemonía[10] para explicar el rol de la ideología y la política en los conflictos sociales. De su programa filosófico se desprende una idea sencilla, pero de una potencia que tiene suma actualidad: ¿Qué es lo que obliga al dominado a aceptar la dominación como tal, sin que la misma sea cuestionada? La respuesta puede ser hallada en la noción de hegemonía y el papel que la construcción del sentido común juega en la naturalización de la relación dominante-dominado. Cuando esa dominación es aceptada sin críticas y la pregunta de un hijo a un padre es formulada del siguiente modo: “¿papá, por qué razón existen personas que dominan a otras? y la respuesta del padre es: “¿porque siempre fue así”, habrá triunfado sin dudas el bloque dominante, pues fue capaz de imponer sus propios criterios, su propia visión del mundo, de la vida y de la sociedad.    

  




[2] Orwell George escribió su novela,  “1984”, entre 1947 y 1948. La misma fue publicada el 8 de junio de 1949.
[3] Foucault Michel, en Vigilar y Castigar, desarrolla gran parte de sus tesis sobre el disciplinamiento y lo normativo a lo largo de su trabajo de investigación. Algunas ediciones de sus trabajos, de amplia influencia en la filosofía del siglo XX, se pueden encontrar en Grupo Editorial Siglo XXI, reeditados en 2008.
[4] Homo Sacer, es el trabajo en el que el filósofo italiano, Giorgio Agamben, desarrolla estas ideas relacionadas con el control biopolítico, a partir de indagar en las categorías fundamentales del pensamiento político occidental.
[5] Tarjeta SUBE: es una tarjeta electrónica que en la Argentina permite viajar en el transporte público luego de hacer una carga de dinero previa. Evita la manipulación de dinero en efectivo.  
[6] Agamben Giorgio, Homo Sacer, el poder soberano y la nuda vida, pag. 25, Editorial Pre-Textos, España, Año 2006. 
[7] Margel Serge, Foucault tal como Blanchot lo imagina. Observaciones filosóficas sobre el concepto de internamiento, Revista Pensamiento Político, pag. 112, en el siguiente link: http://www.pensamientopolitico.udp.cl/wp-content/uploads/2018/03/09.pdf

[8] Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, pag. 15, 16 y 17, Editorial Herder, Año 2012, España.
[9] Idem, pag. 7.
[10] Mark Poster, Foucault, “Marxismo e Historia, Modo de producción versus modo de información”, pag. 36,37; Editorial Paidos, Año 1987, Buenos Aires, Argentina. 

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1 Comentarios

  1. Hace un tiempo me propuse escribir contra un discurso muy arraigado en la academia que sostiene que el presupuesto de la libertad económica era la vigilancia individual... El gran hermano estalinista. Así la libertad individual que se experimenta en el capitalismo es el presupuesto inclaudicable de un estado que respeta el derecho individual a la propiedad privada. Esto se sigue repitiendo con aires de verdad eterna en las universidades sin ningún tipo de pudor. Mientras pensaba los argumentos la BBC público una nota comparando al gran hermano estalinista con el estado contemporáneo y concluyendo que aquel comparado con este es un juego de niños. Debería reactualizarce forzando el debate en las academias!

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