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Bustos Domecq, Daniel Sabsay y el título de Cristina

En la década del ´60 Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, escribieron en forma conjunta uno de los libros más conocidos de ese ambicioso proyecto que empezaron a encarar en 1942 con Seis problemas para don Isidro Parodi, y cuyo título fue designado con el nombre de “Crónicas de Bustos Domecq”.

En uno de los cuentos de esa saga, “Esse est percipi”, algo así como la idea berkeliana de “Ser es ser percibido”, Borges y Casares construyeron un diálogo entre Bustos Domecq y un imaginario dirigente de fútbol llamado Tulio Savastano, presidente del Club Abasto Juniors.


En el mismo, Bustos Domecq un día visita preocupado la oficina de Savastano con la inquietud, y la evidencia personal, de que el Estadio de River Plate ha desaparecido del barrio de Núñez. Savastano lo recibe sin dar mayor atención al tema, pero con el interés de revelar otros asuntos no menores, que arrojarán luz sobre la preocupación de Domecq.
En efecto, Savastano le confiesa que aquellos jugadores de fútbol que Domecq conoce por nombre y apellido utilizan seudónimos, que las jugadas que ve en los estadios de fútbol, en las que siempre hay uno jugador que se destaca como goleador, son preparadas de antemano y que los resultados de los partidos son acordados con antelación.
A esa altura del relato, Domecq es presentado por ambos escritores como un personaje cándido que no puede salir de su asombro. Caracterización que es confirmada cuando Savastano le pregunta: “¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?”. Y cuando luego le explica: -No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.
La historia de Domecq nos recuerda el exasperado discurso del abogado constitucionalista Daniel Sabsay, quien en el coloquio de IDEA del año 2014 se aventuró a poner en duda que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner contara con el título de abogada. Una bravuconada que luego fue reforzada por los medios de información opositores y afines a ese encuentro empresarial.

Walter Curia, periodista del diario El Cronista.com, había publicado por esos años una nota en la cual confirmaba que él mismo había visto el título cuando trabaja en la biografía de Néstor Kirchner (Ver nota aparte).
Cristina Fernández nunca respondió a semejante afrenta, ni tiene la obligación pública de hacerlo. Pero la denuncia planteaba una dificultad, que, como en la historia de Bustos Domecq, la mentira terminaba ganando a los cándidos e incrédulos. Sabsay puso en duda la graduación de Cristina y ya nadie creyó en la documentación que presentaron las legítimas autoridades de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata y la propia UNLP.
Como Bustos Domecq, los asistentes al coloquio de IDEA prometieron ser una “tumba” y nunca revelar la verdad del asunto: que Cristina Fernández tiene un título otorgado legítimamente por una universidad pública. Aunque ello ya no importa porque, como Tulio Savastano, Sabsay piensa por estas horas que: “Digan lo que se les dé la gana, nadie les va a creer”. Acaso porque ahora la gente solo cree en lo que dice la televisión y la radio.

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