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Los no-lugares

Por Walter Barboza 

El antropólogo Marc Auge nos explica que “si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”.

En una suerte de reflexión, que se diferencia de las definiciones de los filósofos que han conformado ese espacio común que definían como la “posmodernidad”, Auge plantea como hipótesis de trabajo que la “sobremodernidad” es productora de “no lugares”, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad, no integran los lugares antiguos o los “lugares de la memoria”.


Qué serían estos “lugares de la memoria” en nuestra experiencia colectiva: el barrio, el centro de fomento, el club de fútbol comunal, el cine de pueblo, los espacios públicos, la parroquia, el bar, las instituciones de referencia histórica; o bien prácticas sociales y colectivas como el carnaval, la peña local, las festividades de la tradición, entre otras. Ámbitos en los que construimos nuestra identidad y nuestras representaciones de lo social, en los que se desarrolla nuestra vida en relación a un “otro” que reconocemos en el marco de una identidad compartida.

Por contraste un “no lugar” es aquel espacio de la sociedad en el que impera el anonimato, la circulación de personas, vehículos y transportes y que se caracteriza por la concentración demográfica, el hacinamiento, la pérdida de la identidad, el consumo masivo, las cadenas de hoteles, la invasión publicitaria.

Quizás el Shopping, o los denominados barrios cerrados que proliferan en la Argentina como hongos, sean su expresión más acabada. Allí nadie conoce a nadie, y todo, incluso las personas, se convierte en una suerte de objeto decorativo o de símbolo de condición y estatus social. La despersonalización, la pérdida de identidad, de memoria personal y colectiva, dan paso al narcisismo, al hedonismo, a la fragmentación del pensamiento, a la firme creencia en el fin de la historia y la muerte de las ideologías.

En estos tiempos en los que impera la pérdida de los valores de la solidaridad y el afecto franco y sincero, tal vez sea la batalla cultural más desafiante que tenemos por delante como Nación, como Estado, como sociedad.

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