Por Walter Barboza
La Oficina del Censo de Estados
Unidos, reveló que unos 16 millones de menores de edad recibieron
cupones para la adquisición de alimentos durante el año 2014. Se
trata de hogares constituidos por familias cuyos jefes de hogar son
mujeres solas. Dato que confirma que uno de cada cinco chicos recibe
los cupones de alimentos, los que conforman una cifra estimada de
nueve millones de niños estadounidenses registrados en el Programa
Asistencial de Nutrición Suplementaria desde el año 2007. En total,
según la información suministrada por la agencia AP, unos 26
millones de pobladores recibieron cupones de alimentación en 2007,
una cifra que ascendió a 46,5 millones durante el año pasado.
En el mejor país del mundo, o
acaso “en un país en serio” como suelen catalogarlo algunos
sectores sociales de la Argentina, la gente muere de hambre, por la
violencia y por el abandono del estado. No se trata de un fenómeno
novedoso, sino del resultado de unas políticas económicas
implementadas, con matices, por lo menos desde principios de la
década del setenta y que atravesaron las distintas gestiones del
gobierno de los EE.UU. durante los últimos cuarenta años. Por caso
este modesto lector puede citar tres ciudades emblemáticas que se
han constituido en la expresión más acabada del fin del estado de
bienestar, del fin del capitalismo industrial y del inicio del
proceso de transnacionalización del capital financiero: Chicago,
Detroit y Nueva York.
El ejemplo más exacerbado quizás
sea el West Side de Chicago, dónde los negros y latinos han sido
arrojados a ese suburbio solo con una ayuda social mínima del
estado. El gueto, como definen los norteamericanos a los barrios
pobres de las grandes ciudades, es la cara visible de la desidia del
estado frente a los grandes desafíos que plantea la sociedad: el
desempleo, la pobreza, la desigualdad y la violencia callejera; y
cuya emergencia más significativa es la economía marginal
materializada en el tráfico de drogas, la prostitución y todo tipo
de negocios ilegales.
Sobre los “parias urbanos”, un
artículo publicado en la década del ´70 por el Sociólogo
Alejandro Portes, señala que uno de los peores errores de la
sociología de “la marginalidad urbana” es el haber convertido
“las condiciones sociológicos en rasgos psicológicos” e
“imputar a las víctimas” la responsabilidad de su fracaso. Esto
es: el pobre es pobre y marginal por sus propias decisiones, por
vicios personales o bien por “patologías colectivas”.
La dominación racial, las
desigualdades de clase y la separación espacial hacia los márgenes
de las grandes ciudades, son el resultado de un orden económico
mundial característico de las sociedades postindustriales. El fin
del taylorismo o el fin del sueño Americano.
Una persona cercana publica sus
fotografías en Facebook, con las que alardea el haber pasado la
navidad de 2014 en Nueva York. Luego con un simulador de la voz de la
Presidenta Cristina que se puso de moda en las redes sociales, dice a
la cámara de su teléfono celular algo así como “vos que te
quejás y estudiás en Harvard”.
En Brasil, recuerda la canción “A
felicidade” de Tom Jobim y Vincius de Moraes, la alegría se “acaba
en la cuarta feria”. Volver a casa, en el oeste del conurbano
bonaerense, es encontrarse con la realidad de una marginalidad que
todavía subsiste en amplios bolsones de la población. Viajar a una
nación que se supone parte del Primer Mundo, desconociendo la
existencia de la pobreza que ocultan las magistrales torres
neoyorquinas, es de un ridículo inaceptable o al menos de un
desclasamiento sin sentido.
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