Por
Walter Barboza
Slavoj
Zizek nos recuerda que Friedrich Nietzsche ya en el siglo XIX había
percibido de qué manera la civilización occidental se estaba
moviendo en la dirección del “último hombre”. Una criatura a la
que describía como apática, sin gran pasión o compromiso, incapaz
de soñar, cansado de la vida, que no toma riesgos, que busca sólo
el confort y la seguridad.
"Un
poco de veneno de vez en cuando: esto hace los sueños más
agradables. Y mucho veneno al final, para una muerte agradable. Ellos
tienen sus pequeños placeres para el día a día, y sus pequeños
placeres de la noche…”, escribía.
En el
campo opuesto, y ya bien entrado el Siglo XX, la guatemalteca
Rigoberta Menchú nos plantea una forma de vida diametralmente
opuesta a la del “último hombre”: “A nosotros los mayas nos
enseñan desde pequeños que nunca hay que tomar más de lo que
necesitas para vivir”.
El “buen
vivir”, exige un planteo profundo respecto de nuestras mentalidades
y matrices culturales. ¿Qué papel juega el proceso de
enseñanza-aprendizaje en el marco de una política del buen vivir?
¿Es suficiente lo que las instituciones educativas realizan? ¿De
qué manera el sujeto es atravesado por las entidades de la educación
no formal e informal? Quizás una mirada amplia sobre el buen vivir,
necesariamente debe interpelarnos acerca del modelo de estado-nación
al que deberíamos aspirar si queremos recuperar la centralidad del
sujeto.
Un
planteo ontológico que nos orienta a la pregunta por el ser. Un
debate profundo sobre el compromiso ético del hombre. Una reflexión
sobre las cosas que realmente necesitamos para vivir. Y una
indagación acerca de lo que realmente es perdurable y necesario para
el hombre. Quizás todo ello encierra como planteo general la idea
del “buen vivir” o el “vivir bien”. ¿Será posible avanzar
hacia una idea universal que recupere el amor, el afecto y el cariño
como ejes de un “vivir bien”?
En los
años ´90, y ante el avance nutrido del paradigma neoliberal,
Eduardo Galeano escribía algunos de sus mejores relatos en “El
libro de los abrazos”. Mucho antes había escrito: “Se multiplica
la pobreza para multiplicar la riqueza, y se multiplican las armas
que custodian esas riquezas, riqueza de poquitos, y que mantiene a
raya la pobreza de los demás, y también se multiplica, mientras
tanto, la soledad: nosotros decimos no a un sistema que no da de
comer ni da de amar, que a muchos condena al hambre de comida y a
muchos más condena al hambre de abrazos”
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