Por Walter Barboza
En “Ser y tiempo” (1927), Martin Heidegger nos recuerda que el hombre es un “ente” eyectado entre las cosas. El “Dasein” lo llamó, para hablar del “ser ahí”. Del ser arrojado al mundo, una cosa entra tantas otras.
En “Ser y tiempo” (1927), Martin Heidegger nos recuerda que el hombre es un “ente” eyectado entre las cosas. El “Dasein” lo llamó, para hablar del “ser ahí”. Del ser arrojado al mundo, una cosa entra tantas otras.
Su obra, aunque no fue
revolucionaria del pensamiento filosófico occidental, fue una de las más
importantes del siglo XX. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Heidegger se
planteó como desafío filosófico recuperar la pregunta “por el ser” y quebrar
las tradiciones heredadas de los siglos XIX y XIX en las que, a partir de la
teoría del conocimiento, se suponía había un sujeto y un objeto (idealismo
kantiano) a partir de cual se construía el sistema de ideas. Heidegger rompe
con todo ello y plantea la existencia de un ser “existenciario”; un ser que se
angustia, que se conmueve, que muere, que tiene pro-yectos, un ser pro-yectado.
Algo tan sencillo, y la vez
profundo, como preguntarse “por qué hay algo y no más bien nada,” es lo que le
permite a Heidegger establecer que hay un “ser (un ser ahí arrojado al mundo)”,
porque existe un ser que lo piensa.
Su pregunta, surge a partir de
una observación simple y compleja a la vez: el descubrimiento de que “hay un
hombre que ha olvidado al ser, para consagrarse al dominio de los entes”. En
ese consagrarse en el dominio de los entes el hombre no es realidad, sino
“posibilidad” en tanto y en cuanto establece relaciones en el mundo.
Ahora bien es Carlitos Tévez
quien viene a confirmar lo contrario de aquello que ocupó el centro de las
preocupaciones de Heidegger. Y no porque exprese una humildad pocas veces vista
para una figura de su condición, sino porque representa al ser “existenciario”
que, arrojado al mundo (ser ahí o Dasein), ha renunciado al dominio de la cosas
para ocuparse de su existencia. ¿Cómo lo hizo? Muy sencillo: privilegiando la
vuelta a casa, los vínculos con su familia y sus amigos del Fuerte Apache a las
supuestas bondades del capitalismo central y la sociedad de consumo. Lo dice
claramente cuando habla de sus amigos del barrio y se conmueve hasta las lágrimas.
O cuando sin malicia señala como una de sus preocupaciones, la presencia de un
hotel cinco estrellas en medio de la pobreza formoseña. A eso se le llama
condición humana. Un plus diferencial que lo separa de aquellos que quisieron
ver en sus dichos una intencionalidad política para sus fines y de quienes,
como el funcionario formoseño, lo cuestionaron y descalificaron arteramente.
Carlos Tévez no puede teorizarlo,
pero se trata de un renunciamiento al “ser arrojado al mundo” de las cosas. El
deseo de mantener la autenticidad, frente a la voracidad de la sociedad de
consumo; porque aunque Tévez no se pregunte “por qué hay algo y no más bien
nada”, cierto planteo ontológico muy profundo se pone de manifiesto en su
pensamiento cuando observa “por qué hay un hotel cinco estrellas en medio de la
pobreza”. Es decir se interroga por qué las cosas son así, no desde el punto de
vista político como algunos maliciosos pretenden ver, sino desde el punto de
vista humano.
"¿En qué mundo estamos? Nos
tenemos que dar cuenta. Con cositas mínimas podemos ayudar", toda una
declaración que se pregunta por el ser de las cosas.
Carlitos, como se lo llama
cariñosamente, no descubrió nada nuevo: la pobreza en Formosa existe desde que
el hombre europeo llegó a América y diezmó (en el doble sentido de la acepción)
a las comunidades wichis y a los hijos de sus hijos. También está presente en
los barrios periféricos de los grandes conglomerados urbanos. Está allí todos
las horas de nuestros días, aunque a derecha e izquierda sólo se la ve en
tiempos de campaña. Pero en ese escenario hay una gran salvedad en Tévez, que
lo consagra y lo convierte en un “sujeto histórico” de su tiempo: Carlitos no
ha “naturalizado” nada de las “cosas” que están entre las “cosas”, por el
contrario las distingue, clasifica y simboliza con la palabra. Cada “cosa” con
su nombre, con su sentido. Donde hay pobreza, hay pobreza, y eso es así de acá
a la china. Aunque bien lo sabe Tévez, podría haber otra cosa.
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