Por Walter Barboza
Nadie
duda de Mariano Moreno. Fue un patriota y uno de los inspiradores de
la Revolución de Mayo a través de las páginas de La Gaceta. Aunque
Moreno fue mucho más que eso: fue librecambista, pro británico,
defendió a Fernando VII, creo el Plan de Operaciones para
profundizar la Revolución Iniciada en Mayo y fue jacobino. Moreno,
sin dudas fue un patriota, pero fue también todo eso: un hombre con
profundas contradicciones, como muchos de los grandes estadistas y
políticos de relevancia mundial y local.
¿Acaso
alguien cree que Lenin fue un trabajador? Lenin fue un miembro de
clase media que tuvo la posibilidad de formarse en una universidad, y
sin embargo eso no impidió que encabezara una de las revoluciones
más trascendentales del siglo XX. ¿Acaso alguien cree que Mao fue
un campesino chino analfabeto y desprovisto de cualquier tipo de
formación intelectual? Si alguno lo considera así, las páginas de
la historia universal del siglo XX pueden confirmar lo contrario.
¿Acaso alguien cree que Fidel Castro era un campesino cubano que
trabajaba en la zafra azucarera? ¿Y en el pago chico, qué decir de
Yrigoyen, Perón, Balbín o Illia, por citar algunos casos?
Señalar
las contradicciones, a partir del pasado histórico de los
candidatos, debería ser a esta altura del proceso democrático iniciado
en la argentina en 1983, una discusión superada. Y sin embargo una y
otra vez se recae en ella. Y no es que Scioli, por ejemplo, no cargue
con una historia, sino que esa historia siempre tiene la posibilidad
de ser cambiada en tanto y cuanto una etapa política permita generar
las condiciones para transformar ulteriormente posiciones propias y
ajenas.
Moreno
fue defensor de Fernando VII, pero en un breve lapso de tiempo, mucho
menor que el paso de Scioli del menemismo al kirchnerismo, pasó a
ser uno de los más fervientes militantes de la Revolución de Mayo.
Tan es así que dejó como herencia un medio de información, un Plan
de Operaciones y un mandato revolucionario.
Moreno
se va. Fracasa en su política. Fracasa en su estrategia, por la
simple razón de que las dicotomías -fuertes divisiones orientadas a
anular la presencia del otro- no le permitieron ver la posibilidad de
construir una síntesis política entre propios y ajenos. Ganan los
saavedristas.
En
política no existe lo químicamente puro. No lo fueron los próceres
de la patria, tampoco lo fueron los grandes dirigentes de la historia
argentina. Existen hombres de carne y hueso con sus dudas, sus
contradicciones, sus miserias, sus virtudes, sus fortalezas y
debilidades. Aceptar ello, es un buen comienzo para comprender por
qué Macri o Scioli, indudablemente ligados a las peores políticas
desarrolladas en la Argentina en los años `90, pueden ser los
candidatos con mayores posibilidades de llegar a la presidencia de la
nación.
A
nosotros, apenas modestos veedores o participantes menores de la
contienda, sólo nos queda ver una sola cuestión: cuál de ellos es
el que mejor expresa aquella concepción de la política que, a
diferencia de Moreno y sus pares, permite elaborar una estrategia de
síntesis en el que lo nuevo se constituye con parte de lo viejo.
Porque
una verdadera vanguardia, no es aquella que se margina de las
mayorías, sino que es aquella que no pierde de vista el nivel de
conciencia alcanzado por los pueblos.
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