“La historia no se escribe en línea recta, tiene marchas y
contramarchas, por eso tenemos que tener claridad. Después de vivir una
Argentina dividida, tenemos la necesidad de encontrar la unidad nacional, más
aún en este mundo complejo y con la oportunidad histórica que se nos abre como
país y región”.
Ello como concepto es claro. Como propuesta tiende a convocar a la
profundización del proyecto nacional, popular y democrático. Como discurso, un
fragmento que evoca las grandes gestas de la historia de este país y que tiñe
de épica al desarrollo del proceso político de Argentina y América Latina.
A ojos vista, independientemente de que se machaque a diario con
pequeñas anécdotas como el precio, y la escases de la yerba, la calle indica
otra cosa. Buen humor, expectativas por la re-estatización de YPF (ahora YPF
Argentina), y perspectivas por desentrañar cómo seguirá el año si éste comenzó
con una medida tan fenomenal como la de la recuperación de una compañía
considerada estratégica para el desarrollo nacional.
No fue el fin de la historia aquello que como país nos pasara en la década del ‘90, fue, tal vez, un momento
de repliegue de los sectores populares a la espera de recuperar el protagonismo
que permitiera recrear un sentido común perdido. Pues ahora nadie duda de la
intervención estatal, ni siquiera los legisladores de la oposición que, con
apenas unos tibios gestos, decidieron dar su apoyo al proyecto del gobierno
nacional. Claro, se entiende, se comprende, si la lógica que impera es la de la
mezquindad cualquier decisión política solo quedaría sujeta a meros intereses
de coyuntura. Pero si esa lógica es supera por una visión de largo plazo, lo
que queda es proyectar un estado-nación para los próximos 30 años.
En ese contexto es que Cristina refiere en su discurso a las jóvenes
generaciones que con entusiasmo, y vitalidad, se sumaron al proyecto político
que ella conduce. Lo del estadio de Vélez fue un reflejo, aunque allí faltara
una porción del movimiento obrero que, al igual que cualquier escenario
nacional, es el centro de fuertes disputas. No es necesario aclararlo, pero sí
recordarlo: todo escenario político con signos de encaminarse hacia un proceso
de fuertes transformaciones sociales, como el que vive la argentina, no está
exento de contradicciones. Las disputas se perciben hasta en los clubes de
barrio. Y ello no es nocivo para el avance del mismo, sino un ingrediente que
nutre y enriquece, porque a la largo del mismo esas contradicciones darán lugar
a nuevas síntesis que no anulan a los opuestos, sino que los abarca y contiene.
De un modo u otro, quienes están adentro pujan en una unidad cuyo rasgo central
es la diversidad. Las extracciones políticas, sus tradiciones, sus signos, la
simbología, emergieron en las columnas de manifestantes que se movieron hacia
la cancha de Vélez, como muestra evidente de lo que ocurre en el país. Aunque a
Moyano le duela, los que se movilizaron también fueron los trabajadores, aunque
muchos de ello ingresen en una categoría que los ubica cómodamente por encima
de los niveles de pobreza. Seguramente muchos de los manifestantes coincidirán
con Moyano, y con un sector muy importante de la Central de los Trabajadores de
la Argentina (CTA), que hay que apostar
al “modelo” si es que realmente el
conjunto del pueblo quiere avanzar hacia una distribución equitativa del
ingreso. Estimular el consumo, fortalecer el
mercado interno, apostar al desarrollo industrial autónomo, controlar el
Banco Central, las cajas de Jubilaciones, propiciar un control estricto
respecto de las divisas que ingresan al país por las exportaciones, reconocer
la igualdad de derechos por cuestiones de género o identidad sexual. Un estado
moderno, además de administrar los recursos, genera riqueza. La gente, que fue
entiende que la disputa con Moyano puede resultar una falsa antinomia. Hay que
estar donde la historia exige que es necesario estar.
La algarabía para algunos medios de información parece agotarse.
Hablaron de gente arriada como ganado por los intendentes del conurbano,
obviando que la masividad de la movilización implicaba estar temprano para
ubicar un sitial de privilegio. Molesta el color de piel y el hedor de la
América profunda que invade las calles de la ciudad de Buenos Aires. “Esa gente
que desordena el tránsito y deja restos de suciedad esparcidos por los cordones
de la vereda. Llegan temprano y se van tarde. Parece que no trabajan”. Se trata
de un discurso perimido cuya construcción simbólica entró en un callejón sin
salida. Ya no hay manera de ocultar el solo con las manos. Ni siquiera el poder
de penetración de los medios puede con el pueblo que cada vez es más parecido
al mar: parece que se va, pero siempre vuelve.
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