Por Walter Barboza
La
compartimentación, como medio de capturar lo eterno bajo la forma de lo
segmentado, terminó por desarticular aquello que como categoría no existía en
gran parte del mundo antiguo. El deseo de ordenar el mundo, de poseerlo, no
hizo más que construir una suerte de experiencia en la que, como decía Rodolfo
Walsh- nuestras clases dominantes -el capitalismo tardío en términos de Richard Sennett-
ha logrado con éxito lo que procuraban con énfasis: que no tengamos memoria, no
tengamos héroes y mártires y que cada hecho del presente quede desarticulado
respecto a los hechos del pasado.
Es
decir que la necesidad y el deseo de avanzar en la construcción de una sociedad
más justa y equitativa, implicó el paso de un mundo en el que el tiempo como
tal no tenía valor más que para el patrón que exigía de sus empleados la mayor
cantidad de horas de trabajo posible, a cambio de un salario paupérrimo, a un tipo
de organización racional del empleo en el que el tiempo cobraba valor para
amabas partes.
Hugo
del Carril, con su documental "En Marcha", en cierto modo da cuenta de la estabilidad y la solidez que la
sociedad y el mundo del trabajo comienzan a moldear a partir de las distintas
formas de organizar sindicalmente a la comunidad. Racionalidad mediante, su
película expresa de qué modo los trabajadores empiezan a trabajar menos por una
retribución más justa; comienzan a articular de una forma más estrecha la
solidez del mundo del trabajo con la vida familiar: trabajo, pan, vivienda,
educación, salud, justicia, son las nociones implícitas que más fuertemente se
retratan en el docu-ficción, rodado en la pre-historia del género documental
argentino, y que explican la seguridad de la vida de los hombres sencillos en
su sentido más amplio.
La
paradoja de la racionalidad del tiempo moderno es que ese orden y esa forma de
organización, posibles a partir de la captura de lo eterno en los
compartimentado, dará paso a una forma de hiper-racionalidad cuya forma más
sutil es la trampa de la continuidad sin rupturas. Acaso porque lo eterno nunca
ha dejado de ser, sino que ha vuelto a su lugar de origen, a su posición
inicial y que es lo eterno, en realidad, lo que ha capturado lo
compartimentado, construyendo la experiencia de una continuidad sin rupturas.
No
hay rupturas entre el espacio de trabajo y el espacio familiar. La conectividad
obtura la regulación del tiempo de óseo y el tiempo de actividad. El
capitalismo, sistema “cultual” por excelencia a decir de Bauman y única
religión vigente, según lo entendía Benjamin, no se separa ni un solo momento
de nuestras vidas. El consumo, el eje rector de la práctica religiosa del
capitalismo, convierte en fetiche las distintas formas de vida.
Quizás Hugo del Carril, y los hombres y mujeres de su tiempo no tuvieron las condiciones de posibilidad de dimensionarlo. Era lógico, para la organización científica del trabajo la racionalidad técnica del mundo que les tocó transitar fue construida a partir de una solidez que no imaginaban que concluiría en la deriva del espíritu humano.
Parafraseando en cierto modo a Zygmund Bauman y Richard Sennett, cuyos dos trabajos describen casi a la perfección esa extraña sensación que vivimos a diario como sociedad, sólo aquellos que lograron construir un “habitus” en relación al tiempo presente sobreviven de un modo más o menos ajustado. Quienes nacieron, crecieron y se formaron al calor del estado de bienestar, con todo lo que ello implica, apenas pueden soportar la angustia intolerable de la liquidez con la que se experimenta la vinculación con el empleo, la familia, las relaciones de amistad, el anclaje social en el marco de una comunidad, la fijación de un lugar de residencia, los valores de la solidaridad, la equidad, la fraternidad y el compañerismo; estas nociones son apenas los destellos de un tiempo que se ha ido. Fueron, sin dudas, fundamentales para construir la sociedad de la posguerra, ello queda bien retratado en el documental del Sindicato de Luz y Fuerza, aunque hoy son apenas vocablos que casi no existen en el vocabulario general y que han sido desplazados lentamente por un ideario que considera al “individuo” en su máxima expresión: el homo Laborans, como se lo conoce comúnmente en el mundo del trabajo. Ese sujeto capaz de adaptarse rápidamente a las condiciones de vida que la dinámica del mundo contemporáneo impone.
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