“… imaginemos que el tiempo
cotidiano, el de los gozos y los rencores, el de nuestras pugnas y la tregua,
cesara por la irrupción de lo eterno, de lo que en cualquier presente permanece
como esa extrema alteridad que tuvo que desaparecer para que pudiéramos ser-en-el-mundo”.
Josep
Cobo: «Hos me» (2018).
Del mundo contemporáneo, el compromiso educativo y «el tiempo ahora»
¿Cómo entender
el mundo contemporáneo? ¿Sus límites y alcances pueden ser fijados desde el
preciso momento en el que la sociedad ingresa en la modernidad allí por el
lejano siglo XVI? ¿Y qué hay de su relación con la salida de la misma? ¿Acaso
podemos especular con que esa salida está relacionada con la apertura de un
tiempo en el que los pilares fundamentales de la modernidad y el mundo contemporáneo
se diluyen en el aire? ¿Y cuáles son sus rasgos distintos, además de concebir
la experiencia temporal como una flecha que se dirige siempre hacia adelante y
sin una fecha de caducidad firme? ¿Y si la modernidad llegó a su fin, algo ha
cambiado del mundo contemporáneo que delata su clausura? «Sociedad postindustrial», «sociedad de masas», «sociedad de consumo», «sociedad de la información», «sociedad de los mass
medias», como los sugiere Jameson
(1989), ¿son las definiciones más adecuadas para comprender la complejidad del
mundo que definimos como mundo contemporáneo? ¿Y qué hay del impacto que la
misma ocasiona sobre la experiencia, el compromiso escolar y la confianza en
este mundo fragmentado y atomizado?
En la búsqueda de un nuevo tiempo
Sea como fuere
al menos tres maneras de concebir la temporalidad,y los efectos de verdad que
sobre la sociedad construye, se ponen en juego en ese proceso: o bien la
experiencia del mundo moderno y contemporáneo es el resultado de un fluir de
causas y consecuencias que se despliega secuencialmente y a paso firme a lo
largo de la línea del tiempo, guiada por una idea de progreso indefinido e
inconcluso; o bien esa experiencia puede verse interrumpida por rupturas y
discontinuidades, a decir de M. Foucault (1968); o de un tiempo homogéneo y
vacío en el que la comunidad, que se encuentra en el tiempo de la espera, ansía
la irrupción del tiempo ahora o tiempo mesiánico de la redención, según lo
entiende de W. Benjamin (1940).
Cualquiera de
estas alternativas puede dar cuenta de una singular comprensión de los
problemas y consecuencias que cada una de estas concepciones aloja en su
interior:
*De aceptar la versión
tradicional sobre las condiciones en las cuales se desarrolla el curso de la
historia, quizás el conjunto de las especies que pueblan la tierra se encuentre
en peligro. Dadas las condiciones del Antropoceno, tal y como lo entienden
Danowski y Viveiros de Castro, si el hombre en su condición de figura central
de la etapa moderna no se reconoce como una especie más entre las especies que
habitan la tierra, entonces su nueva condición de agente geológico terminará
por poner fin a la vida en el planeta en honor y en reverencia a la idea de
progreso.
*De ceder a la experiencia
histórica como períodos que se ven sacudidos por momentos de rupturas y
discontinuidades, entonces cada nueva etapa que comienza no sería otra cosa que
el surgimiento de nuevas epistemes que, a modo de margen de previsibilidad
sobre lo que es posible pensar en una época dada, nos guían respecto de las
ideas que deberíamos tomar como préstamo, ideas pasajeras, para amoldarnos a
los cambios que se producen en un momento específico: seremos ambientalistas si
el momento lo requiere, indigenistas si la hora lo reclama, o capitalistas
salvajes si el sujeto individual se impone por sobre la idea de comunidad.
*De abrirnos a la
posibilidad de entender el tiempo histórico a partir de una nueva noción del
mismo, ello implicará comprender la relación entre topía y utopía, como lo
sostiene Landauer, en una perspectiva en la que pasado, presente y futuro se
experimentan en un mismo plano (D´Angelo: 2018). Es decir, cada utopía
superadora del plano de la topía encierra en sí misma el germen del pasado que
se des-oculta en el momento de su irrupción.Así lo explica J. B. Segales
(2019), cuando dice que «no es cierto que el pasado
está en el pasado», sino que los pueblos que
no construyeron una conciencia moderna entienden que «el pasado no es un concepto ni temporal, ni espacial,
sino un concepto existencial»que nos permite convivir en
el presente siempre con el pasado y el futuro.
Agamben (2014)
retoma esta idea desde la perspectiva de Pablo de Tarso cuando nos indica que «el tiempo mesiánico tiene una estructura singular que no
designa una duración cronológica sino, sobre todo, una transformación
cualitativa del tiempo vivido». Una especie de
experiencia en la que el tiempo «tarda en terminar, pero,
por la otra, el tiempo que nos resta, es el tiempo que necesitamos para hacer concluir el
tiempo, para superar la representación habitual del tiempo y liberarnos» de esa experiencia. Es un tiempo que se contrae y
crece a la vez desde el interior del tiempo que solemos representar en forma
lineal e infinita.
Se trata del
“tiempo ahora”, del Kairós, de la
ruptura fundamental con el presente para alojar en la experiencia vívida,el
pasado que la modernidad ha enterrado como lo antiguo, lo inerte, lo que ya no
merece recordarse.
Recuperar la confianza en el tiempo ahora
¿Tiene algún
valor pensar lo cotidiano y la experiencia educativa desde esta perspectiva?
Es posible si
retomamos viejas ideas que en el mundo contemporáneo parecen haber perdido sentido.
Ante las nociones de confianza y compromiso para repensar el sentido de lo
escolar, si como sugiere Cornu la confianza carece de métodos y carece de razón
puesto que sus pruebas vienen después de la experiencia temporal (Cornu: 2017),
qué dispositivo obtura y cancela la posibilidad de confiar en que el futuro, en
relación a los alumnos, será mejor que el presente.
Nada indica,
si nos cerramos a esa posibilidad, si desconfiamos de los y las alumnas, que
podrán atravesar todo su trayecto formativo desde la escuela primaria al
ingreso a la universidad o que podrán hacer algo con lo que la escuela ofrece.
Por el
contrario, para ello será necesario confiar en que podrán comprender que el
mundo escolar y el mundo cotidiano son las dos caras de una misma moneda.
"Traer el mundo a la vida", como refieren J. Masschelein y M. Simons
(2014), con la confianza de que podrán hacer con ello lo necesario para la vida
misma.
¿Acaso el
mundo no es una forma de lenguaje que está por afuera de las reglas y prescripciones
de la gramática general? ¿Entonces no es que el lenguaje, bajo su sistema de
normas, nos es útil para construir el repertorio de ideas que nos ayudará a
capturarlo, comprenderlo, explicarlo y narrarlo? Si esa es su configuración
verdadera, la tarea docente debe consistir, entonces, en recuperar la confianza
para asegurar que el mundo hable a las infancias y las niñeces (Masschelein J.
y Simons M.: 2014), si es que pretendemos encontrar algún sentido educativo.
Es un desafío
ineludible, para el caso, asumir la responsabilidad de enseñar el mundo a
partir de un compromiso colectivo e institucional. No basta con el esfuerzo
individual. No es suficiente desarrollar la tarea docente como si fuera el
compromiso del misionero que recorre grandes extensiones territoriales para
llevar la palabra de Dios. Por el contrario, implica una tarea fundada en el
afecto y en el amor, si es que amamos el mundo en el que vivimos como lo recuerda
Arendt (2016). Responsabilizarnos para contribuir en el proceso de comprensión
del mundo, introduciéndolos y dotándolos de las herramientas necesarias para
que puedan ocupar un lugar en él, transformándolo y renovándolo.
Retomar con
responsabilidad, con autoridad y confianza, el rol institucional docente para
revisar aquello que Heidegger y Sartre señalaban con crudeza cuando nos
enseñaban que el ser, es un ser
arrojado al mundo; los y las alumnos son seres librados al mundo que eligen en
cada momento, en cada acción y en el marco de un proyecto en el que se piensan
y responsabilizan del mismo en términos personales; un papel que se repite doblemente
en el docente cuando este se compromete y es responsable de enseñar ese mundo
que es necesario conservar para que pueda ser aprendido y renovado al mismo
tiempo (Arendt: 2016); papel y rol que implica su despliegue con la autoridad
de quien, como los señala Beatriz Greco, es capaz de estimular y de "crear
procesos" en los otros; de constituirse en un sujeto fundante de momentos
de ruptura en la cotidianeidad del tiempo vacío a la cual se refería W.
Benjamin en su crítica a la modernidad y que Greco cita como el "kairos":
aquello que se distingue del "cronos" y que significa el momento de
"el tiempo ahora" (Dussel: 2012).
El temor al dispositivo escolar
Si como
refiere Agamben, citando a Foucault, el dispositivo en su desarrolló histórico
es un instrumento eficaz para la producción de sujetos, sin dudas la
institución escolar es el dispositivo por excelencia para la producción de la
subjetividad (2014). Entonces por qué temer a esa experiencia que consistiría,
básicamente, en gestionar, controlar, orientar, la conducta de los hombres,
mujeres y diversidades sexuales en el mundo contemporáneo.
En tal
sentido, se hace necesarios ser conscientes que la perspectiva de la
democratización de los procesos educativos sólo será posible en el marco de los
propios límites que fije la institución escolar, toda vez que el dispositivo
escolar tendrá como función capturar la vida de los sujetos (Agamben: 2014), en
el marco de un proceso que involucrará a dos polos opuestos en permanente tensión:
el proceso de subjetivación y desubjetivación en el seno de la comunidad. El
dar. El donar. El tiempo de comprender que para que exista la comunidad es
necesario sacrificar algo a cambio de nada. Lo que implica para el conjunto de
la comunidad escolar la posibilidad de que sus propios miembros, en el marco de
ese proceso de subjetivación desubjetivante, estén dispuestos a constituirse en
«no sujetos, o sujetos de su propia ausencia» (Espósito: 2003). Y aunque suene
riesgoso, después de todo algo de nuestras biografías vamos dejando en la
medida en que la sociedad nos demanda que, para vivir en comunidad, debemos aceptar
que ella nos substraiga parte de nuestros deseos y anhelos. Nuestros padres nos
hubieran dicho, allá por los lejanos setenta, «hijo todo no se puede, es tiempo
de decidir».
Resolver
cuáles pueden ser los valores más adecuados para ofrecer en el seno de la
institución escolar, debe ser la agenda pendiente por definir.
Romper las rutinas, buscar lo novedoso
Ahora bien, lo
expuesto líneas atrás no da cuenta de un tiempo vacío en sí mismo -y aquí
retomamos el problema de la concepción lineal del tiempo-, sino del tiempo
conformado por la rutina y los días carentes de singularidades. En todo caso se
trata de construir una nueva experiencia con la temporalidad para que ese
tiempo vacío de contenidos, comience a constituirse en un tiempo libre de...
Para ser ocupado por aquello que es capaz de irrumpir como lo novedoso y arrancar
así a los alumnos del tiempo de la espera.
Introducirlos
en el mundo para traerlos a la vida (J. Masschelein y M. Simons: 2014). Enseñar
aquello que, en términos históricos, es el conocimiento necesario para
desenvolverse en la vida, pero inscribirlo en el marco de la libertad que
constituye a las infancias y juventudes al disponer de ese conocimiento para actualizar
su potencia transformadora.
Introducir a
los alumnos en el mundo implica comprender que las transformaciones, estructuralmente
profundas, solo pueden acontecer en esa experiencia del «tiempo ahora» y en la medida en que entendemos
el mundo que heredamos del pasado para transformarlo y saldar cuentas en el
presente, pensando de cara al futuro y en el intersticio del tiempo que resta.
En el
"Aleph"(א), primera letra del alfabeto hebreo,cuya función no es la
de una letra consonante, pero tampoco vocal, Borges creía haber encontrado el
punto que contiene a todos los puntos del universo.Sin superposiciones, ni
transparencias, el universo estaba allí de manera simultánea (Borges: 1998), en
la atemporalidad que significa esta potente letra semítica. Símbolo del
principio y del fin, o de lo siempre eterno, la totalidad más plena en su
conjunto, pasado, presente y futuro conviviendo en un mismo plano y sin
superposiciones. Un tiempo ahora, que
Borges, aclara, puede ver simultáneamente, pero que narrará de manera sucesiva,
según escribe, porque el lenguaje así lo es. Borges enseñándonos que en el
Aleph está el tiempo de todo lo que es y lo que ha sido, pero también de lo que
vendrá, porque nada puede estar por afuera del Aleph. Incluso nuestro ejercicio
docente.
A modo de conclusión
La movilidad
social ascendente, experimentada a lo largo del corto Siglo XX por los sectores
populares, fue un rasgo singular de la sociedad argentina. La educación pública
en sus niveles primario, secundario y universitario, la herramienta más eficaz
de igualación social y el sueño de mi hijo el “dotor”, como referiría Florencio
Sánchez. Pero la crisis económica, resultado de las políticas de corte
neoliberal implementadas durante la década del ´90 y principios de 2000,
terminaron por diluir las solideces construidas por el denominado estado de
bienestar. La escuela, como elemento de integración social, no quedó exenta de
esta experiencia y bien pronto se vio obligada a revisar sus funciones
esenciales por una tarea de asistencia a los sectores vulnerados en sus
derechos. La matriz cultural construida a partir del mundo del trabajo, afectó
al menos a tres generaciones de argentinos que vinieron al mundo en familias
conformadas por hombres y mujeres desocupados; los que se vieron obligados a
buscar nuevas formas de organización política y cultural alrededor de la figura
del piquetero (Merklen: 2003).El trabajo como organizador social se desvaneció
en el aire, sin que el estado, ausente durante el período señalado, se hiciera
cargo de sus responsabilidades. Una extraña paradoja si es que el mundo moderno
pensó en la fábrica, la escuela, el hospital y la prisión, como dispositivo
para la normativización, regulación y ordenamiento de los sujetos. Ahora, más
bien, las sociedades del control fijan su desarrollo en el marco de la
desaparición de la fábrica y la producción, y su énfasis está puesto en la
venta de servicios (Deleuze: 1991). Lo que no deja de resultar extraño porque
en los países periféricos como la Argentina, insertarse en el mundo de los
servicios, para los sectores populares,implica aceptar nuevas condiciones de
precariedad en el empleo, cuando no la condena a montar un puesto como feriante
autónomo en alguna plaza pública de los grandes conglomerados urbanos. Acaso
porque, como lo recuerda Fisher (2019), «es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin
del capitalismo». ¿Podemos hacer algo,
todavía, desde el compromiso escolar? ¿O estamos dispuestos a continuar
condenando a nuestras futuras generaciones a la inacción?
En ese marco Tikún,
una palabra de origen hebreo que refiere al Tikún Olam(תיקוןעולם) y que resume
en su núcleo los conceptos de reparación, restitución y redención en el
pensamiento teológico, nos deja algunas enseñanzas (Agamben: 1996). En nuestra
tradición política, quizás en su forma secularizada, es el concepto de «justicia social». La idea está fuertemente asociada al momento de la irrupción
del tiempo mesiánico en el que el mundo es rectificado. Existen dos palabras
que pueden ser vinculadas con la búsqueda incesante que algunos sectores de la
comunidad todavía llevan adelante con perseverancia: «teshuvá», o el retorno al origen, y
«apocatástasis» ubicar una cosa en su punto primitivo o
restaurar. Tikún Olam, teshuvá o apocatástasis, tres categorías que parecen
haber quedado por afuera del ordenamiento del discurso moderno, quizás puedan
resultar un buen punto de partida para poder problematizar ese mundo fragmentado
y atomizado al cual referíamos en el inicio de este escrito. Una tarea que, sin
dudas, implica redoblar con mayor fuerza nuestro compromiso docente, aunque esas
palabras, categorías y nociones, arrancadas del pasado, nos
resuenen como añejas o fuera de tiempo. Después de todo, el pasado, incluso su
lenguaje, no está en el pasado, sino que está vivo con nosotros en el presente.
Bibliografía
Agamben, G. (2014). La iglesia y el Reino. Buenos Aires. Argentina: Adriana Editora
Hidalgo.
Agamben, G. (2014). ¿Qué es un dispositivo? Buenos Aires. Argentina: Adriana Editora
Hidalgo.
Agamben, G. (1996). Tiqqun de la noche, en la comunidad que viene. Buenos Aires,
Argentina: Editorial Pre-textos.
Arendt, H. (2014). Entre el pasado y el futuro. Madrid: Ariel
Benjamin, W. (1940). Tesis de filosofía de la historia. Revolta Global. Recuperado de: https://www.anticapitalistas.org/IMG/pdf/Benjamin-TesisDeFilosofiaDeLaHistoria.pdf
Borges, J. (1998). El Aleph. Madrid. España: Editorial Alianza.
Cornú, L. (2002). Responsabilidad, experiencia, confianza. En Educar: rasgos filosóficos
para una identidad. Buenos Aires: Santillana.
D´Angelo, V. (2018). Revolución y Mística en Gustav Landauer. Anales de la Historia de
la Filosofía. Recuperado de: Revolucion_y_mistica_en_Gustav_Landauer.pdf
Danowski, D. y Viveiros de Castro, E. ¿Hay un mundo por venir? Ensayo sobre los
miedos y los fines. Buenos Aires. Argentina: Caja Negra Editora.
Dussel, E. (2012). Pablo de Tarso en la filosofía política actual. Distrito Federal.
México: Ediciones Paulinas.
Espósito, R. (2003). Communitas. Origen y destino de la comunidad. Buenos Aires.
Argentina: Amorrortu Editores.
Fisher, M. (2019). Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?. Editor digital
TItivillius.
Foucault, M. (1968). Las palabras y las cosas. Ciudad de México, México: Siglo XXI.
Jameson, F. (1989). El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado.
Buenos Aires. Argentina: Editorial Paidós.
Segales, J. (2019). “Tesis sobre la historia” de Walter Benjamin. En Escuela de
cuadros. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=qKNvbNXJOAI&t=435s
Simons, M. y Masschelein, J. (2014). Defensa de la escuela. Una cuestión pública.
Buenos Aires: Miño y Dávila.
Merklen, D. (2003). Pobres ciudadanos. Las clases populares en
la era democrática. Buenos Aires. Argentina: Editorial Gorla.
Deleuze, G. (1991). Posdata sobre las sociedades de control.
Montevideo. Uruguay: Editorial Nordan.
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