Por Walter Barboza
La Techné, para los antiguos griegos, estaba estrechamente vinculada
con la producción o fabricación de cosas: artesanías, medicina, navegación,
pesca, estrategia militar, entre otras actividades. Ella se refería, a partir
de esta concepción propia del mundo clásico, a la facultad de poseer una
pericia o habilidad empírica mental o material para intervenir sobre la
naturaleza. Es decir: una capacidad para fusionar pensamiento y producción, el
discurrir y el hacer.
La Techné, entonces, estaba imbricada con la acción y guiada por la recta razón cuya finalidad no era otra
cosa que el bien común de la polis o
la búsqueda de la vida buena. En ese
sentido, el espacio público en el que el hombre se desarrollaba como tal, se
constituía a partir de la acción prudente
que era guiada por la recta razón para la búsqueda de un bien común que
permitiera alcanzar la vida buena de la polis.
Esta concepción estaba sustentada
en el orden político, ya que a través del mismo se articulaba la experiencia de
lo social, a diferencia del capitalismo moderno que encontró, en el Siglo
XVIII, sus bases fundantes en el determinismo económico, y en ellas las
condiciones para estructurar “lo social”.
Es en ese espacio social donde el
hombre se constituye como hombre para dejar de ser un ente o “cosa”, en una
acción que le permite, a su vez, construir sociedad orientado a partir de la
recta razón del hombre prudente. Para los griegos el orden político tenía como
principio lo social. Mientras que para el capitalismo moderno es lo económico
desde donde se constituye lo social como tal.
Ahora bien, el cambio de sentido
de la Techné, a diferencia de las
definiciones que habían formulado los antiguos griegos, ha demostrado sus
alcances y sus límites en el mundo de la modernidad. Si bien es posible
detectar cuáles han sido los avances en mejorar las condiciones de vida de
importantes porciones de la población, el determinismo científico ha comenzado
a demostrar en el presente los efectos nocivos que el hombre ha provocado en su
intento por dominar la naturaleza. Por caso podemos citar los profundos cambios
ambientales, que han provocado verdaderos desastres naturales, o la explotación
excesiva de los recursos no renovables, los que han provocado su agotamiento, o
bien han desatado guerras en distintos puntos del planeta en la puja por la
apropiación de los mismos.
Dios, el Leviatán, el mercado o
la ciencia, es la gran síntesis de las transformaciones que fue sufriendo el
concepto de Techné desde el mundo antiguo
a la modernidad. En ese derrotero, la ética aristotélica parece ser la gran
derrotada. El hombre en su afán por hacer de la tecnología una nueva religión,
ha olvidado las bases fundantes de la Techné,
aquellas a la que debe su sentido original, su carga semántica más profunda y
más potente: la prudencia, la recta razón, el bien común, el de las vidas
buenas (el buen vivir para los pueblos originarios de América), el de lo social
y colectivo por sobre el determinismo económico y cientificista.
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